I

No pasó mucho tiempo en realidad. Tan sólo unos cuantos años, en los cuales nada importante sucedió. Por lo menos así fue como nos lo explicó Xillen, cuando regresamos. Al parecer Heitter aún no había regresado y nosotros lo adelantamos. Ahora quedaba claro que él era el jefe del bando enemigo, por que no hubo ningún ataque en su ausencia. Pero era tedioso ver pasar el tiempo, sin que nada importante ocurriese. El tiempo se convirtió en algo, aunque preciado, monótono. Pasábamos nuestros ratos libres conversando, filosofando e imaginando. Curiosamente, dejamos de jugar Dungeons. El resto de tiempo, lo empleábamos en ayudar en la aldea y en mejorar lo posible en el empleo de armas. Pero, aunque para mis amigos esa tranquilidad parecía normal, a mí me sacaba de quicio. Estaba acostumbrado a la guerra, al constante peligro y a la idea de la muerte. Más ahora, los años pasaban volando. Le comuniqué mis temores a Xillen, pero ella tan sólo me dijo:

— Disfruta el momento, porque lo que tiene que llegar, llegará. No busques desesperadamente lo que se encuentra al alcance de tu mano y quizás signifique un peligro mortal. Por que tu título de guardián, implica pocos ratos como estos.

Como siempre, no entendí la mitad de lo que me decía, pero decidí seguir su consejo y me sumergí en esa pacífica vida que llevábamos. Con sorpresa, lo primero que noté fue el cambio que se producía en la aldea. Al parecer, los habitantes evolucionaban con las batallas ya que ahora, en lugar de las viejas casas de madera, se erguían casas de piedra y en uno que otro rincón un palacio. Es increíble que no me diera cuenta de ello. Tan absorto en ganar las batallas, me limité a llegar, comer y dormir. Para al siguiente día, lanzarme de lleno en un nuevo combate. No sólo las edificaciones cambiaban, también los hombres. Sus modales, sus cortesías, sus vestidos; se acoplaban. Lo único que permanecía igual, eran los rostros de esas personas con las que convivíamos.

A la larga, esos detalles no importaban. El hombre avanzaba a la par con la tecnología. A medida que la razón evolucionaba, todo lo que rodeaba al hombre también. Miguel estaba contento al poder corregir, en muchas ocasiones, los errores de aquellos hombres y mujeres que se desarrollaban intelectualmente. Andrés lo hacía con humildad, pero con una terquedad, amor y fuerza que en algunas ocasiones asustaban a su interlocutor, obligándolo a emprender una digna retirada. Por mi parte, prefería mantenerme alejado de ese bullicio intelectual que se había apoderado de la aldea y evitaba los encuentros con los aldeanos refugiándome en el bosque.

El río que había denominado "El de la Ye" la primera vez, ahora era mi amigo favorito y pasaba días enteros en su orilla. Me encantaba escuchar el rugir del agua y, sentado a la sombra de un roble de proporciones gigantescas, disfrutaba del simple hecho de ver el agua correr. La Naturaleza, tal y como la percibí en mi primera visita, se convirtió en mi escudo y espada. Pero de vez en cuando, Xillen me acompañaba, pues a ella también le gustaba la quietud bulliciosa de la Naturaleza. Muchas veces trataba de decirme algo, para arrepentirse a media palabra y volteaba la cara, como si nada. En una ocasión, mientras caminábamos por la orilla en dirección a mi roble favorito, ella por fin se decidió:

— Enrique, — dijo para comenzar, lo que me asustó, ya que siempre se refería a mí en tercera persona y nunca me había llamado por el nombre de pila. — No sé si entiendas lo que te voy a decir, más ya no aguanto la curiosidad y, aprovechando que mi papel de imparcial se suspendió por un momento, te quiero pedir un favor.

— Dime, Xillen, — contesté intrigado, mientras arrancaba una hoja de un arbusto. La hoja cedió con facilidad y el arbusto se balanceó como si reprochase mi acto.

— Siempre ha sido el mi deseo oculto, visitar alguno de los mundos que existen. Puesto que los observo desde mi posición, más incapaz he sido de penetrar en ellos para incorporarme en su vida diaria, quisiera conocer el como conviven entre ellos... — Dejó la frase en suspenso. Pero yo no entendía a lo que ella se refería.

— No entiendo lo que me quieres decir, Xillen. — Llegamos al roble, así que me encaramé en la rama más gruesa, como acostumbraba, y Xillen ocupó su sitio habitual entre las raíces, donde las hojas formaban un mullido colchón.

— Como era imparcial, — comenzó a explicarme con paciencia,  jugando con una ramita, — no podía dejar este mundo. A la espera de los guardianes que siempre llegaban, tenía que permanecer aquí. Me encontraba obligada a mantenerme en la mitad de toda ideología, teología, discusión, política, deseo, amor, desacuerdo, filosofía e infinidad de cosas más. Por ello mismo, por que sería correr un riesgo para mi papel, no podía ir a ningún mundo, ya que al permanecer en uno u otro, llegaría a tomar cariño a sus habitantes...

— Créeme, Xillen, que también odio. — Dije con pesar, pensando en Heitter.

— Sí, también odio. — No me miró, pero sentí que interpretó correctamente el sentido de mis palabras. — Más ahora, no estoy en mi papel de imparcial y me gustaría conocer tu mundo, amigo mío...

Parecía pedir mi aprobación. ¿Qué quería decir esto? ¿Acaso una diosa como ella, dependía del deseo de un desgraciado mortal para salir de un plano e ir a otro? Eso no era posible. No cabía en mi cabeza esa posibilidad. Pero existía la posibilidad de que regresara a su papel de imparcial. Por mal que fueran las cosas en este momento, era una posibilidad. Si eso ocurriera, tendría un gran significado para ella el conocer e interactuar con seres de un mundo para con el cual ella, supuestamente, debería ser imparcial.

— ¿Crees que sea lo correcto? — Pregunté, tratando de que ella misma me diera la respuesta que yo buscaba con desesperación.

— No lo sé. Tus razonamientos son correctos y, si es que algún día vencemos, puede ser que mi visita influya de cierta manera en mi papel. — ¡Maldita sea! Me olvidé por completo de una de las facultades de esa mujer. Ella leía el pensamiento, si así lo quería. — Pero esta es mi única oportunidad de conocer un mundo por dentro. Quisiera que tú me lo enseñaras. Podría ir como lo haces tú, pero para entenderlo mejor, me sería propicio que uno de sus habitantes me lo enseñara.

El silencio fue mi respuesta. Antes de que Xillen terminara la frase, algo fuera de lo común llamó mi atención. Los pájaros que anidaban en la otra orilla levantaron vuelo desordenadamente. El silencio se impuso, como si los habitantes del bosque no aprobaran la presencia de algún intruso. Me levanté con rapidez y busqué mi espada. Le indiqué a Xillen que guardara silencio y tratando de hacer el menor ruido posible, me deslicé por la orilla del río, ocultándome entre los arbustos que lo rodeaban. El silencio se hizo insoportable a medida que el tiempo pasaba. Xillen, comprendiendo que algo andaba mal y sin hacer ruido, se arrastró hasta donde me encontraba. Con un ademán le indiqué los arbustos del otro lado del río. Definitivamente algo ocurría en esa orilla, por que el continuo movimiento de las hojas daba la impresión de todo un ejército que se movilizaba. Como no había viento, era fácil seguirlos. Se dirigían al mar.

— Bueno, — susurré a Xillen, — parece que se acabaron las vacaciones.

— No respondiste a mi pregunta, amigo mío. — Replicó ella, ignorando olímpicamente mi frase anterior.

— Xillen, me obligas a tomar una posición.

— Sí.

— No puedo. — Respondí después de un silencio forzado. — No puedo. — Repetí con desolación.

— ¿Puedo saber por qué? — No había emoción alguna en su voz. Ni siquiera algo altivo o inconforme. Tan sólo una fría imparcialidad que me bañó de pies a cabeza.

— Xillen, te tengo por amiga. — Empecé a decir una evasiva. No quería llevarla por razones obvias, pero tampoco decirle que no, así no más. Nuestra amistad de años estaba en peligro por un estúpido capricho. — Y quiero mantenerte como tal, por eso es que no te puedo decir el motivo.

— Si tienes miedo de perder mi apoyo por la respuesta que puedas darme, descuida, que eso no pasará. Recuerda que soy un guardián como ustedes y por ello no puedo permitir que nuestra confianza y relación se debilite abriendo una brecha emocional ante el enemigo por una respuesta.

— Al contrario. — Respondí con amargura y me senté. Recogí una piedra y la lancé con fuerza al río. Rebotó varias veces antes de llegar a la mitad y hundirse. — De cierto modo, Xillen, por más que hayas observado durante eones nuestro mundo, mantienes una inocencia respecto a la naturaleza humana. Tu condición de imparcial te ha salvado, precisamente, de penetrar más en lo que ocurre. Pero si te empapas de la realidad por la que nosotros pasamos, cambiarás, sin duda. Eres inocente en este momento. Eres, como nos lo explicó ese ser al principio de todo esto, como Dios antes de la explosión del Universo. Si vienes a nosotros, te puedes ensuciar y si esto ocurre, todo en este mundo cambiará.

— Es cierto lo que dices, amigo mío. Tu preocupación por mí me conmueve, más quiero conocer. Quiero saber lo que en realidad ocurre, lo que en realidad se siente, lo que en realidad pasa. — Su tono de voz comenzó a subir sin llegar a ser grito. Tan sólo estaba tomando una fuerza que nunca antes sentí. Me tomó por sorpresa.

— Xillen, por el amor de Dios, el conocimiento es peligroso. El conocimiento es el principal motivo por el que ocurren las guerras. Es el motor que mueve todo y esclaviza al hombre a medida que conoce más. ¿Por qué crees que el conocimiento es nuestra recompensa? — No me respondió así que continué. — Porque es algo que nosotros siempre buscamos, siempre anhelamos. Desde el principio, el hombre se distinguió de los demás animales precisamente por el conocimiento. Y el conocimiento es poder. Tú, que observas el mundo desde arriba, ¿por qué crees que existen potencias que dominan a otras? Porque tuvieron el conocimiento necesario para crear unas armas con las que aterrorizan al resto de la población. Por eso es que nosotros, nos matamos toda la vida estudiando, porque tenemos la necesidad física de tener un poco más de conocimiento para imponernos a los demás. Vamos al colegio, a la universidad, después una especialización. ¿Por qué? Porque al tener el conocimiento necesario, podremos trabajar en compañías de gran alcurnia, o quizás, trabajar para uno de esos gobiernos que dominan al resto del mundo.

— Pero eso ocurre ya que ustedes lo utilizan para destruirse, en lugar de convertir su mundo en algo mejor.

— ¿Crees que eso es posible? — Pregunté con ironía y una triste sonrisa reflejada en mi rostro. Tomé una delgada rama y comencé a partirla en pequeños trozos. — Precisamente, el desarrollo del conocimiento depende de la competencia del hombre. Todo desarrollo tecnológico acelerado nace en las guerras que el mismo hombre se encarga de desarrollar. Y cuando no hay guerras o algo que sacuda al hombre, este se estanca, pero al hacerlo, no dura mucho tiempo así y entonces, él mismo crea los problemas necesarios que casi siempre terminan en guerra.

— Es tu opinión, amigo mío. Tal vez la vida en tu mundo te ha tratado mal para que tengas esa opinión sobre los de tu clase. Más ahora, sabiendo los motivos que te impulsaron a darme la negativa, no te incomodaré más. — Xillen se levantó y comenzó a caminar en dirección a la aldea. — Tenemos que prepararnos para un nuevo enfrentamiento. — Dijo sin más y se perdió entre los árboles.

¡¿Que enfrentamiento?! Después de que ella me revolviera el alma de esa manera, no pensaba en nada más que nuestra conversación. Me sentí culpable, inútil y cobarde por no aceptar llevarla a conocer nuestro mundo. Sin embargo, así como estaba seguro de que ella era una diosa, no permitiría que terminara como nosotros. Prefería que siguiera pura y no manchada de nuestra envidia, complejos de inferioridad, odio y arribismo.

Seguí sus pasos tratando de alcanzarla y explicarle lo que estaba pensando. Sentía que la conversación quedó a medias y no quería dejarla así.

Empecé a correr.

 


 

Cuando llegué al pueblo, no tuve la oportunidad de estar a solas con ella. Se encontraba siempre con mis amigos. Miguel se sentía feliz por el cercano enfrentamiento y no hacía más que lanzar mandobles a un poste de madera. Andrés, en cambio, se encontraba silencioso y pensativo, tocando con una mano su cicatriz. Acostumbrados ya a mis continuas desapariciones, ni siquiera se molestaron en preguntarme donde estaba. Miguel me saludó y enseguida lució una finta que me pasó rozando la cabeza. Tengo que reconocerlo: me cogió de sorpresa. Pero él olvidaba que esas fintas no le servirían de mucho en un combate cuerpo a cuerpo en medio de una multitud. Eso era para los duelos, donde un hombre contra otro se enfrentaban, sin esperar que de un momento a otro un sablazo traicionero de un tercero, que perforaría la espalda y saldría por el frente.

Recordé la explicación de Xillen acerca del modo en que se llevarían las batallas. Dijo que no debían ser cuerpo a cuerpo. Tal vez por eso es que sobrevivimos en contra de todas las posibilidades. Rompimos esa regla. Luchamos cuerpo a cuerpo en la primera batalla y yo seguí siempre al frente de mi ejercito durante mi estancia sin mis amigos en este lugar. Heitter tan sólo se puso al frente en la primera batalla, y en esa ocasión casi mata a Miguel. Después de todo, no jugábamos según las reglas impuestas y ello nos ayudó. Pero el otro bando ya debería percatarse de que algo andaba mal.  Y yo rezaba por que tomaran una decisión al respecto lo más tarde posible.

Me acerqué a Andrés. Se encontraba sólo y pensativo y no quería que estuviese de mal humor antes de la batalla. La experiencia me enseñó que para realizar bien cualquier cosa, se necesitaba una mente despejada de toda duda.

— ¿Qué más? — Le pregunté, mientras me acomodaba a su lado.

— Nada. — Fue su lacónica respuesta.

— ¿Por qué esa cara? — Insistí.

Él no me respondió de inmediato. Miró el cielo, como si lo grabase en su memoria y después el horizonte, buscando el punto donde la tierra se unía con el cielo.

— Tengo miedo. — Respondió con sencillez.

Esa respuesta no me tomó por sorpresa. Tuve esa conversación en muchas ocasiones, con diversos soldados de mi ejército. Era normal tener miedo y así se lo expresé.

— No es sólo eso, Enrique. — Me respondió con la mirada fija en el horizonte. — Más que miedo, es una premonición. Algo horrible va a pasar. Estoy tan seguro de ello que puedo palparlo.

— Ello puede ocurrir, en verdad. — Escuché la voz de Xillen a mi espalda, pero no volteé. — Los sentidos de los hombres llegan a su máximo en este mundo y alcances que antes permanecían ocultos, afloran sin siquiera ustedes darse cuenta hasta que sea demasiado tarde.

— ¿Quieres decir que se le despertó el sexto sentido? — Pregunté incrédulo, mientras miraba a mi amigo. Estaba absorto, como hipnotizado, concentrado en el horizonte.

— Es posible.

No dije nada. Esperé la reacción de Andrés. Miguel se dio cuenta de que algo fuera de lo normal ocurría y se acercó al grupo que formamos. Preguntó con una seña lo que ocurría, pero no le respondí. Andrés seguía viendo el horizonte y para mi horror, me di cuenta que se le puso la piel de gallina. De pronto, comencé a sentir eso también. Una sensación de frío que provenía del norte me envolvió. Miré a Miguel para saber si él también lo sentía y así era. La expresión de su rostro lo explicaba sin necesidad de preguntar. Xillen miró también el horizonte y dijo:

— Ya ves, amigo mío, que no sólo el conocimiento es vuestra recompensa.

Al principio no entendí que se dirigía a mí, pero entonces comprendí y dándome vuelta le grité en la cara:

— ¿Y qué demonios crees que es esto, ah? — Y sin esperar respuesta, me dirigí a enfrentarme con toda esa maldad que emanaba del norte. Miguel y Andrés, aunque no entendieron palabra de lo que hablamos, me siguieron, y al poco tiempo eso mismo hizo Xillen.

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