V
Es difícil para mí precisar el tiempo que estuve inconsciente. Sé que varias semanas los curanderos del castillo no se separaban de mi lecho y cada vez que abría los ojos en medio del delirio, veía la figura de Xillen y Miguel a mi lado. Detrás de ellos, siempre sonrientes, estaban JJ y Andrés, pero encima y rodeando todo como una nube venenosa, la sombra de Heitter. Y cuando por fin el delirio cesó, y según el diagnóstico de los curanderos, debía reconocer a todos en la habitación, no veía a nadie, tan sólo a Andrés, JJ y Heitter. De algún lado increíblemente lejano escuchaba la voz de Miguel, pronunciando discursos inteligibles y una voz femenina que me era familiar pero que no reconocía, le respondía.
Sentía voces distantes que me llamaban, que mencionaban mi nombre en un susurro, indicándome una encrucijada. A mi izquierda se veía un camino blanco, rodeado de bellos árboles, con miles de flores y un aroma que nunca antes percibí. Todo era belleza en ese camino y tranquilidad. Sentía como los sentimientos de los que está compuesto el hombre, se unían en uno a partir de ahí. Y como mis heridas sanaban y las cicatrices desaparecían.
En cambio, el camino de la derecha mostraba como aquello que era belleza en el de la izquierda, se consumía por las sombras. Como las flores y hojas de los árboles, eran devoradas por gusanos verdes y peludos de proporciones gigantescas. Como la peste emanaba desde la lejanía del horizonte. Como todo se marchitaba y se pudría. Como los pájaros caían muertos al ser tocados por las tinieblas, como el sol no penetraba esa niebla espesa para dar un poco de calor a aquella tierra devorada por el mal.
Me senté en la encrucijada, con la espada sobre las faldas, sin saber que camino tomar. Bien podía ir a la izquierda y descansar por siempre en medio de la claridad. Dejar que mi espíritu se llenase de aquella belleza y tranquilidad. La otra alternativa era el de la derecha. El camino lleno de maldad y sufrimiento. De penurias y sacrificios. De miedos y muerte. Estuve sentado, cavilando sobre lo que haría por lo que parecieron semanas. Cansado, como me encontraba, y desilusionado con el mundo después del acto que presencié en el campamento enemigo, quería tirar todo por la borda y simplemente descansar. Sentir esa vida bella que se extendía a mi izquierda en su esplendor. Llenarme de ella hasta desbordar y olvidar. Olvidar lo que me pasó, lo sufrido.
Olvidar todo.
Ese lado me atraía y me envolvía, y con cada minuto era mayor la necesidad de ir a la izquierda y olvidar. Y sin embargo, no podía. Esa maldad que emanaba de la derecha tenía su origen. Y JJ y Andrés sacrificaron sus vidas peleando contra ese origen. En alguna parte de ese camino, Miguel y Xillen también realizaban lo mismo. Entonces, no podía darme el lujo de descansar. Por lo menos tenía que defender los ideales de mis amigos, por lo menos tenía que vengar sus muertes. Sin pensarlo más, me aferré a esos dos ideales: venganza y sacrificio, para traer la paz. Me levanté despacio, miré por última vez el camino que emanaba paz y tranquilidad, deseché de un manotazo la invitación que ese bienestar me hacía y tomé el camino de la derecha.
En ese momento escuché un rugido rabioso a mi espalda y, al dar la vuelta y mirar lo que estaba sucediendo, vi como esa belleza se desvanecía lentamente para dar paso a toda la fealdad que mi mente era capaz de interpretar. Vi como brazos gigantescos salían de la nada, tratando de alcanzarme y caían, rabiosas, sin lograr su objetivo. Como todo lo envolvía la oscuridad y comprendí que al decidirme por la vida, me salvé de una vida después de la muerte peor que la misma muerte, que me estaría esperando a la vuelta de la esquina de ese camino que elegí. Entonces recordé lo que ocurre cuando muere un guardián asesinado por algún miembro del bando contrario. Miré por última vez, mientras la oscuridad lo envolvía todo, escupí rabioso en esa dirección y, dando media vuelta, avancé.
Cuando desperté, lo primero que sentí fue un dolor intenso en todo el cuerpo. Antes de abrir los ojos, intenté palpar mi cuerpo para ver si me encontraba en una sola pieza. Al fin y al cabo, la última imagen que tenía, era la de Heitter corriendo con el hacha levantada sobre su cabeza, listo para cercenar la mía. Pero los brazos no me respondían. Sentía como si estuvieran presos por piedras gigantes, como si toneladas de roca me cubrieran, y el primer pensamiento que cruzó por mi mente era que los había perdido.
Abrí los ojos asustado y vi mi cuerpo amarrado a la camilla en la que yacía. Estaba sólo. Exploré mi cuerpo con los ojos. Un abultado vendaje me rodeaba el hombro derecho y sentía otro rodeándome la cintura, además de algo que se clavaba constantemente en la espalda. Tenía otros rasguños de menor importancia en el resto del cuerpo y nada más. Me pregunté el tiempo que permanecí inconsciente y de repente, ya con mayor claridad: ¿cómo logramos salir de ese infierno? Sinceramente, no veía posibilidad alguna de salir con vida. En ese momento, mi única intención era la de matar a Heitter. Era una obligación y si lo lograría, moriría feliz. Más por algún motivo seguía vivo, en el castillo y vendado.
Escuché el chirrido de la puerta y entrar a Miguel. No sentí emoción alguna. Ni siquiera un leve atisbo de alegría. Al verlo llegar, el único pensamiento que cruzó por mi cabeza era: Andrés.
Y, debilitado como estaba, rompí a llorar en silencio.
Miguel se acercó despacio, sin decir nada. Su cara era el reflejo exacto de una máscara. Se sentó a la cabecera de la cama y esperó a que terminara de desahogarme.
Cuando terminé, vi que él también presentaba múltiples heridas, rasguños la mayoría, aunque el vendaje sangriento que cubría su cabeza, me decía que tampoco salió bien librado del encuentro. Tenía el rostro demacrado por el cansancio y las ojeras destacaban sobre su cara, como un par de negros platos.
Me miró con cuidado y preguntó:
— ¿Cómo se siente?
No respondí. Creo que el silencio era suficiente para expresar mis sentimientos.
— ¿Por qué estoy amarrado?
— Por su propia seguridad, hermano. Se movía mucho cuando estaba inconsciente... — Miguel dudó si continuar, me miro inquisitivamente, tratando de adivinar si ya estaba lo suficientemente repuesto, como para escucharlo. Con seguridad, Xillen le indicó que no me acosara desde un principio, como él acostumbraba, sino que me diera las noticias poco a poco. — Se arrancaba los vendajes, — Miguel decidió seguir con la narración, — intentaba levantarse, para buscar a Heitter. Llamaba a Andrés... Hacía tantas cosas... Casi se mata a sí mismo, hermanito.
— ¿Qué pasó? — Pregunté. — No recuerdo mucho... Lo último que recuerdo es a Heitter corriendo hacia mí.
— Estuvimos de buenas, eso es todo. — Miguel esbozó una sonrisa amarga. — Cuando se armó el alboroto, el grupo que sorprendimos quejándose se unió a nosotros. ¿Por qué? No lo sé. He querido preguntárselo a Xillen, pero siempre se me olvida. Nos defendieron un buen rato. Contábamos con el factor sorpresa y con el odio. Eso último fue lo que nos ayudó más que nada. Nunca antes lo había visto matar tan sistemáticamente, Enrique. Y tan rápido... Pero cuando usted cayó, quedábamos muy pocos y cuando daba todo por perdido, cuando, para serle sincero, estaba a punto de clavarme la espada yo mismo, para evitar que me masacraran, vi como la mayoría de las tropas de Heitter se replegaban hacia el sur. Unos gritaban emboscada, otros chillaban traición... Mejor dicho: caos total. La gente comenzó a retirarse aterrada, muchos simplemente tiraron las armas y salieron a correr. Yo no comprendía lo que pasaba, hasta que vi a lo lejos las banderas del castillo. Die... Dietr... ¡Dietrich! — Por fin pronunció el nombre del viejo caballero. — Ese viejo zorro inició el ataque mucho antes de lo acordado. Simplemente se dio cuenta que desaparecimos y no dudó un instante sobre dónde estaríamos. ¡Ahí fue Troya! Una masacre total. Muy pocos se escaparon...
— ¿Heitter? — Pregunté con esperanza, pero Miguel meneó la cabeza por respuesta. — ¡Maldito sea!
— No lo encontramos. Ni entre los cadáveres, ni entre los prisioneros.
Un silencio siguió a estas palabras. Vencimos, gracias a un milagro. No podía adjudicarle otro calificativo. Pero Heitter escapó. Como una rata inmunda, huyó dejando a su ejército atrás, para ser exterminado.
No lo creía.
En lugar de organizar una retirada, se dio a la fuga, sacrificando a sus hombres. Esto subrayaba que él actuaba por su propio interés. No le interesaban para nada las almas en juego, ya que las sacrificó con la mayor simplicidad del mundo. Tampoco le interesaba la amistad, asesinó a Andrés como si nada.
Heitter era un jugador.
Apostaba a lo grande, sin saber a ciencia cierta lo que recibiría, ni porqué lo hacía. Era un jugador compulsivo, un enfermo del juego y esta enfermedad se manifestó en su infancia y tomó fuerza en la Universidad, con el casino. Ahora entendía su filosofía, o por lo menos eso creía. Todo esto, todo este enfrentamiento titánico, toda la lucha entre el bien y el mal, era un juego para él.
La apuesta más grande de su vida.
Un juego y nada más.
— ¿Me puede soltar? — Pregunté toscamente a Miguel.
— ¿Seguro que se encuentra bien?
— Estoy hablando con usted, ¿cierto? — Le reproché, ya molesto.
Miguel me soltó, despacio.
— ¿Qué tengo en la espalda?
— Unas mechas, hermano. — Miguel me ayudó a sentarme. — Es increíble, pero la herida más peligrosa es esa. A la hora de la verdad, no sé como sobrevivió. Una puñalada en el costado, — comenzó a enumerar mis heridas, — un flechazo en el hombro, un tajo en la cabeza - cortesía de Heitter - y un mandoble en la espalda.
— ¿No debería ser el de la cabeza más peligroso? — Pregunté con ironía.
— No, pues apenas fue una caricia. Todas las heridas han cerrado bien y no están supurando. Pero la de la espalda, sí. Por eso es que le aplicaron las mechas. Estas absorben el pus. — Explicó.
— ¿Qué le pasó en la cabeza? — Pregunté, indicando con un ademán el vendaje, todavía fresco.
— Una estupidez. Es una herida de la batalla que cerró muy bien, pero ayer nos pasamos de tragos con los de la guardia y me caí. — Respondió tosco. A Miguel no le gustaba reconocer cuando hacía el ridículo, pero siempre era el primero en burlarse de los demás.
Sonreí un poco, imaginando la caída. Pero todavía quedaban algunas dudas que él me tenía que resolver...
— ¿Andrés? — Ahora estaba listo para la incógnita principal.
— Lo enterramos hace veintidós días, hermano...
— ¿Cuánto? — Lo interrumpí asombrado.
— Veintidós. — Apuntaló la palabra. — Ya pasó casi un mes desde esa batalla. Lo llevamos al pueblo de Xillen. Su tumba está ahí...
Miguel calló. Nada más quedaba por decir. En este momento, mi corazón se encontraba en el pueblo de Xillen, buscando la tumba de Andrés para rendirle el merecido homenaje.
Miguel se levantó despacio.
— ¿Quiere comer?
Hasta la pregunta era necia. Pero sabía que no debía comer mucho. Miguel salió al obtener la afirmativa, dejándome a solas con mis pensamientos.
¡Veintidós días! Todo ese tiempo transcurrió desde el entierro de Andrés. Y no asistí al entierro. Sabía que no iría a su segundo entierro, el del cuerpo. No resistiría el regreso. Me atormentaba pensar cómo encontrarían el cuerpo. Y en ese momento, me di cuenta de algo horrible: ¡teníamos que regresar! En este instante, nuestros cuerpos yacían junto al de Andrés, en su apartamento. ¡No debían encontrarnos con él!
¡No debían!
En ese momento la puerta se abrió de nuevo y Xillen y Miguel, seguidos por dos sirvientas con bandejas, entraron.
— Hola, Xillen. — Su sola presencia me reconfortó. — ¿Cómo estás?
— Bien, amigo mío. Pero la pregunta es: ¿Cómo tú te sientes?
— Supongo que mejor. — Respondí.
— Mucho tiempo ha pasado, amigo mío, desde que te encuentras en este lecho sin dar otras señales de vida que palabras inconexas y sin sentido. Temía por tu vida, he de reconocerlo. Despertaste en mí sentimientos que nunca tuve. Y confundida estoy ahora.
Ni Miguel, ni yo respondimos. Las sirvientas depositaron las bandejas sobre una mesa y, después de hacer una venia, se retiraron. Intenté levantarme, pero me sentía muy débil y Miguel me ayudó a llegar hasta la mesa. No entendía el motivo de la debilidad. Andrés perdió el brazo y se recuperó en pocos días. En cambio yo, estaba de una sola pieza, pero me encontraba más débil que un pájaro recién nacido.
— Es por el tiempo que permaneció inconsciente, hermano. — Me explicó Miguel, mientras me daba de comer un caldo de pollo, después de que le planteé mis preocupaciones. — Lo alimentábamos a la fuerza, ya que usted escupía la mayoría. Eso es todo.
— Tenemos que regresar, Miguel. — Dije de improviso y le conté mis inquietudes.
— Creo que tiene razón, Enrique. Tenemos que regresar. Ahora ve que yo tenía razón cuando les dije que cada quién para su casa.
Recordé con esa frase la súplica que se leía en los ojos de Andrés cuando estábamos a punto de irnos y no pude más que contrariar las palabras de Miguel. Parecía como si Andrés, en ese momento, presentía que ese sería su último viaje y necesitaba de un apoyo emocional y físico junto a él. Y nosotros se lo ofrecimos.
— ¿Cuándo lo haremos?
— Cuando tus heridas sanen por completo, amigo mío. Tu cuerpo no arriesgues, ya que las heridas que tienes en este momento, se manifestaron ahí abajo de diferentes maneras. Si permaneces aquí, mientras sanas, el tiempo que permanecerán las heridas en tu cuerpo será de unos cuantos segundos. Más si insistes en regresar, la curación tomará el tiempo necesario, pero en tu planeta. — Xillen hizo una pausa antes de continuar. — No les he comunicado lo acontecido durante la batalla y tampoco lo que representa para nosotros como guardianes del bando contrario.
— ¿Qué?
— Heitter huyó del campo de batalla, es cierto. Miguel lo constató del todo. Más no sólo nosotros estamos desesperados al no conocer su paradero y asestar el golpe final para acabar con la maldad que emana de ese ser... — En ese momento, la expresión de Xillen mostraba los primeros signos de una verdadera furia. Nunca vi un atisbo de esas emociones en ella, y cuando quería expresarlas, lo hacía sólo con la entonación de su voz. Ahora comprendía la clase de sentimientos que se despertaban en ella y la principal causa no era mi convalecimiento. Fue el presenciar la horrible muerte de Andrés, propinada por uno de sus supuestos amigos. — Los hombres de su bando también están buscándolo, desesperados y extrañados. — Continuó ella. — El ser que odiamos y al que deseamos la muerte, la única regla que existe en este mundo ha roto y la cuál no se explica, ya que se dan por sentado sus bases...
— ¿Cuál regla? — Preguntó Miguel estupefacto y aunque yo tampoco sabía a ciencia cierta a lo que se refería Xillen, bien podía formarme una idea.
— Regresó... — No lo pregunté, pero tampoco lo afirmé.
— Sí. — Dijo Xillen. — Aunque una solución lógica es escapar de una muerte segura, para un guardián, nunca, en ningún enfrentamiento esta acción sucedió. Se considera que es un honor magno el defender un ideal que representa el existir de miles de almas. Es un acto de cobardía el escapar de esta manera tan poco honrosa. Peor que cobardía. Dicho acto, el cometido por Heitter, no tiene nombre.
Ante mí desfilaron en un instante todas las escenas de la muerte de Andrés y la forma en que murió JJ. Ambos podían escapar, pero por algún motivo no lo hicieron. Tampoco Miguel y yo, a pesar de encontrarnos en medio de un asedio, con pocas posibilidades de ganar, hicimos esto. Ni siquiera pasó por nuestras cabezas esa idea.
— ¿Qué va a pasar ahora? — Preguntó Miguel al ver que yo no pronunciaba palabra.
— Las batallas que mantenemos con el otro grupo continuarán, puesto que quedan seis guardianes que pueden y deben hacernos un frente común. Más la incógnita primordial, consiste en el qué se hará con Heitter. — Xillen buscó asiento y su voz sonó amarga. — No se sabe en realidad qué clase de castigo imponer a un ser que ha caído tan bajo. Como ya lo dije, nunca antes sucedió un acto abominable como este y nunca se tomaron precauciones en caso de que sucediera. Por primera vez en muchos eones, los “Maestros” de ambos bandos se reunieron para buscar un castigo justo a cualquier guardián que caiga en esta tentación. Se ha de castigar a nuestro enemigo común, amigos míos, más no se le causará la muerte...
— ¿Qué idiotez es esa? — Exclamó furioso Miguel. — ¡Qué lo partan en dos y fin de la discusión!
Xillen lo miró, con los ojos abiertos, llenos de lástima.
— ¿Hasta tal punto ha llenado el odio tu corazón, amigo mío, que eres capaz de desear tu propia muerte?
— ¿Qué?
Pero ella no quiso responder. Bajó los ojos y guardó un terco silencio, a pesar de que Miguel la bombardeaba con preguntas.
— Creo comprender cuál es la razón. — Dije.
— ¿Cuál? — Preguntó rápido Miguel y Xillen levantó los ojos.
— Como se nos dijo una vez: algunas cosas tendremos que deducirlas por nosotros mismos, Miguel, — comencé. — Ella no puede ser nuestro guía en todo momento, eso ya lo comprendí hace muchos años. Pero mirando lo que pasaría si Heitter es ejecutado por sus actos por los Maestros, no sería nada bueno para ninguno de nosotros, créeme.
— ¿Por qué?
— Muy sencillo, viejo. No sé cuales son las reglas completas del juego, ni tampoco sé las reglas que limitan a los Maestros, pero de lo que estoy seguro, es que se impusieron varias antes de comenzar este juego del cual somos los personajes principales. Presiento que si un Maestro matara a un guardián, este juego no serviría para nada, porque cada vez que un guardián hiciese bien su trabajo, el Maestro del bando contrario, simplemente lo eliminaría. — Miré a Xillen y vi como sus ojos brillaban. — ¿Es cierto lo que digo, Xillen?
Ella se tomó su tiempo para responder.
— En cierta medida llenas el espacio creado por la interrogante que ha surgido ante nosotros, amigo mío. — Fue su respuesta. Ni mucho ni poco. Tan sólo lo justo. Así era ella.
Miguel rumió la respuesta un rato y a medida que la comprendía, su rostro reflejaba que no le gustaba para nada. Estaba dividido entre la necesidad física de matar o ver muerto a Heitter y las ganas de vivir. Finalmente, lanzó un juramento y se recostó en mi cama, mirando el techo.
— Es todo lo que ha sucedido hasta ahora, amigos míos. La decisión de los Maestros no será ni inmediata ni tardía. En este momento no se sabe si nosotros, los guardianes de ambos bandos, debemos participar en el debate y el juicio. Ya que alguien sugirió que sería bueno que nosotros, los que arriesgamos nuestras vidas a diario, juzgásemos al infractor como iguales, imponiéndole un castigo que no implique la muerte.
— ¿Podemos participar? — Miguel se levantó de un salto, relamiéndose ante la idea de poder juzgar a Heitter.
— No se le puede condenar a muerte, viejo. — Le recordé, adivinando de antemano sus intenciones.
— Fresco, hermano. — Miguel comenzó a reír. — Existen cosas peores que la muerte, se lo aseguro...
Se levantó y se dirigió a la puerta. Antes de salir se dio la vuelta y, mirándonos con seriedad, blandió su puño al aire y repitió amenazante:
— ¡Se lo aseguro! — Y salió.
Xillen me acompañó durante largo rato. Hablaba de cosas filosóficas, como siempre acostumbraba. Por alguna razón, evitaba tocar el tema de los guardianes y tampoco lo sucedido en la última batalla. Y cuando llevaba la conversación a algo relacionado, ella esquivaba la pregunta con una respuesta oculta. Sin embargo, me cansé de ese juego.
— Lo que no entiendo, Xillen, es ¿cuál fue el motivo por el que esos hombres se lanzaron en nuestra ayuda durante la batalla? — Decidí dejar de lado la filosofía y pasar a un tema que en verdad me interesaba en ese momento. — Podían hacerlo en cualquier momento. No tenían necesidad de tres personas más para engrosar sus filas.
Xillen me miró largamente y vi la tristeza reflejada en sus ojos. Entendí en ese momento mi estupidez, pero ya era tarde para retractarme. Para ella, la noche en que murió Andrés, representaba algo horrible, algo que cambió su forma de pensar y de sentir, definitivamente. Quizás, como el ser místico que era y que tenía una curiosidad hacia la humanidad que representábamos, y en cuyo campo se gestaban las batallas de los guardianes, la chocaba de sobre manera el asesinato a sangre fría de un ser querido a su corazón. No lo asimilaba con la velocidad que nosotros.
En nuestro mundo, llorábamos a un amigo el día de su muerte y el día de su entierro y, ocasionalmente, cuando su recuerdo agitase nuestros corazones. No obstante, olvidábamos. Para ella, sin embargo, esta era una experiencia nueva. En ella germinó un sentimiento magno y nunca experimentó siquiera un similar. La muerte de JJ no fue cercana para ella como para nosotros, porque recién lo había conocido. En ese entonces, él era para ella un guardián más. En cambio Andrés, era otra cosa.
No niego que a mi también me dolía, pero estaba acostumbrado a las pérdidas. Al principio, la muerte de cada soldado me desgarraba el alma. Ahora, era un número menos. Y, recordando mis propios sentimientos décadas atrás, comprendía lo que ella sentía en este momento, y como las palabras que dijo, le regresaron al mundo de dolor del cual intentaba ocultarse.
Pero ella era fuerte, por lo menos lo que al exterior se refiere. Realizó un acopio de fuerzas y se colocó una máscara sobre el rostro, ocultando cualquier atisbo de sentimiento.
Siendo imparcial...
— ¿Recuerdas, amigo mío, la ocasión en la que te viste obligado a prescindir de los hombres que conforman nuestro ejército y ejecutar una misión peligrosa?
— ¿Te refieres a la búsqueda de refuerzos?
— Sí. Les advertí, amigo mío, que tan sólo un guardián tenía la capacidad para cumplir aquella misión, ya que un alma, como las que se encuentran en juego, caerían con facilidad bajo la influencia de la emanación, maligna para nosotros. — Me miró, ya más animada. Le encantaba dar explicaciones e intentaba siempre añadir la mayor cantidad de soluciones posibles en sus enredadas respuestas. — Las almas que formaban parte de las huestes de Heitter y que se encontraban descontentas con su trabajo, se sublevaron puesto que sus guardianes así lo quisieron. Más al eliminar Heitter a los guardianes de los que aquellas almas dependían, se apoderó de estas y por más que ellas confabulaban por lo bajo, no podían sublevarse sin la influencia de un guardián al que pudieran acogerse. Ello fue lo que ocurrió: al desvelar nosotros la posición en la que nos encontrábamos en el momento preciso de la ejecución.
Analicé la respuesta, intentando sacar algún provecho.
— Entonces, ¿nosotros también perderíamos hombres de esta manera? — Todavía no me acostumbraba hablar de almas. En cierta medida, resultaba denigrante para los hombres que peleaban conmigo, y los que en más de una ocasión me salvaron la vida.
— Es posible, si estas almas se encuentran descontentas con el manejo que nosotros aplicamos a la situación y, siempre y cuando, un guardián esté lo suficientemente cerca como para tener influencia sobre ellas.
— Un dato bastante interesante, Xillen, pero ¿qué pasó con los dos exploradores que envié al campamento de Heitter? Ellos regresaron, a pesar de encontrarse en medio del campamento enemigo.
— La respuesta es muy sencilla, amigo mío. Al enviar a dos almas al campamento enemigo, ellas tenían la sensación de nuestra presencia a su espalda y era su referencia para regresar. En cambio, si ellos hubiesen ido en busca de refuerzos, dicha sensación se perdería ya que a su espalda habrían dos: la nuestra y la del bando contrario...
— Esto no es muy consistente, Xillen. — Dije.
— Lo sé, amigo mío, más así es el camino de los guardianes. Existen misiones únicamente para ellos y, si piensas suficiente en mi respuesta, entenderás que no es del todo vaga. Para todo propósito existe un fin y en esta ocasión es aplicable al dilema que me propones.
La frase de ella cortó el ritmo de la charla y la conversación se estancó. Xillen estaba sentada a mi lado, como esperando a que dijera algo. Pero no se me ocurría el motivo. Así que también esperé.
Los minutos pasaron con lentitud, como dispensados por un – no muy generoso – cuentagotas. Sentía la comezón típica que producen las heridas al cerrarse y el punzante dolor cada vez que movía un músculo de la espalda. Era la primera vez que me herían de gravedad. Antes, tan sólo había recibido rasguños que sanaban en cuestión de días. Con toda seguridad tendría que desperdiciar algunas semanas más en cama. Esto me preocupaba. Si se producía un ataque, sólo Xillen y Miguel lo enfrentarían.
— No te afanes por ello, amigo mío. — ¡Maldita mujer! ¡Por qué demonios tiene que utilizar eso! Ella sonrió apacible, adivinando de nuevo mis pensamientos. — Mientras no se realice un juicio a nuestro enemigo común, ningún guardián tiene derecho a enfrentarse. Ya que este juicio atañe no sólo a nosotros, también los del grupo que nos enfrenta tienen que decidir sobre el que hacer respecto a la ofensa y deshonra que ha traído Heitter sobre ellos.
No dije nada. Pero toda esta cháchara sobre el juicio, me dejaba un mal sabor de boca. Esto quería decir que los dichos Maestros no eran tan perfectos como lo pretendían. Algunas cosas se les escapaban y ello nos afectaba directamente. Si la posibilidad de huir en medio de un combate fuera prevista, tal vez Heitter estaría muerto en este momento y nuestras posibilidades se incrementarían aún más.
— Amigo mío, — Xillen comenzó a hablar con un tono grave de voz, como si quisiera subrayar la importancia de las palabras que iba a decir. — Mucho me duele admitir que las cosas que expresaste en el bosque y en el campo que se extiende frente a este castillo, son verdad. No entiendo del todo al hombre, y mientras mejor penetro entre la complejidad de su mente, más me asombro y me asusto. Tenías razón sobre el dolor que produce todo ese sentimiento, todas esas emociones y valores de los que rebosan los humanos. Más he llegado a una conclusión, al sentir en mi propio ser algunas de esas emociones a las que nunca antes tuve acceso: es el proceso de la limpieza el que los obliga a ustedes a comportarse de este modo. Tanto la muerte como la vida, la traición y la lealtad, el amor y el odio son procesos que sufren para limpiar sus almas...
— No, Xillen. — La interrumpí de improviso. — No es así. No puedes tomar todas las emociones del hombre, mezclarlas en un todo y llamarlas limpieza. Corrígeme si me equivoco, pero se nos dijo que se eliminan todas las impurezas, las cuales son absorbidas por el cuerpo. Pero nunca, nunca puedes decir que el amor, el honor, el valor, la lealtad y la amistad son impurezas. ¡Jamás!
Ella no respondió. Ni siquiera me sonrió condescendiente. Pasó un largo rato, mientras ella pensaba en una respuesta y en el cual yo luchaba entre la indignación que me produjeron sus palabras y el respeto que sentía por esa mujer.
— Nunca comprenderé al ser humano, a menos que viva como uno, amigo mío. — Por fin respondió ella. — Y por ello quiero internarme en su mundo, más después de lo experimentado, el sobrecogimiento me envuelve y no sé si podría permanecer como un ser intacto después del contacto con las emociones que su mundo representa.
— Esto es exactamente a lo que me refería, cuando me negué llevarte, Xillen. Para mí, eres la expresión del bienestar y la belleza. Un ser que es capaz de cubrirlo todo de una hermosa nube de bienestar. Siempre tienes una explicación y un consuelo a cualquier cosa que me esté sucediendo. Y temo que perdieras algunas de esas cualidades si entras en contacto con lo que es nuestro mundo.
— En ello es en lo que he pensado, amigo mío. — Xillen se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta. — Te deseo pronta mejoría, amigo mío. — Dijo y salió.
Me quedé a solas con mis pensamientos.
Sí, Xillen se vio afectada por la última batalla. Ahora parecía un tigre enjaulado, intentando encontrar una salida en medio de lo que sabe y el conocimiento adquirido recientemente. Al fin y al cabo, esa era nuestra recompensa: el conocimiento. Y Xillen, a pesar de ser imparcial y tener todo el conocimiento de este mundo, tenía sólo una vaga noción del nuestro. Esa era la recompensa que recibía. Aunque no precisaba si era una recompensa o un castigo...
Como ella misma expresó: Los humanos somos tan impredecibles...