EL FINAL
Camino en silencio, pisando con firmeza la cenicienta nieve. Camino y no pienso absolutamente en nada. Heitter debe esperarme más allá de las ruinas de la ciudad, cerca de la orilla del Volga.
Es medianoche y la oscuridad es total. Cubro la distancia que me separa del congelado río, sin saber a ciencia cierta cuanto he caminado. Un leve silbido agudiza mi oído. Me detengo a esperar si se repite. Lo hace dos veces más.
Es Heitter.
Camino con determinación hacia él y hacia mi destino. No tengo miedo, tan sólo una leve inquietud que reboza mi mente. No me preocupa la muerte, no. De hecho, lo que siento en este momento no es preocupación. Más bien es algo así como la exaltación de mis sentimientos. Es el sentir que el fin ya está próximo y, de una u otra forma, encontraré la tranquilidad buscada. No sé cuál sería tu opinión acerca de esto, más presiento que harías lo mismo que yo estoy por hacer en este momento.
Sobre el fondo negro, se dibuja una pequeña silueta, sentada sobre lo que antes era una lancha. Al divisarme, se levanta con lentitud. Me acerco y saludo con respeto a nuestro enemigo común. En ese momento por mi mente cruza la imagen de Xillen: ¿aprobaría ella lo que estoy por hacer?
No tengo porque dudar y sin embargo...
— Hola, Enrique. — Heitter me extiende su mano y yo se la estrecho, como si ello fuese normal.
— Hola, Heitter. Que frío el que hace esta noche.
— Sí. ¿Cómo está Miguel?
Esa pregunta me desconcierta. No esperaba que él se preocupase por tu salud. Sin saber cómo, respondo que bien.
— ¿Estás listo?
— Lo estoy. — Respondo con firmeza. — ¿Cómo lo quieres?
— La verdad, me gustaron tres formas de hacerlo. Espada, pistola o... cuerpo a cuerpo. — Me mira con atención, a sabiendas que me está dando la ventaja en la tercera opción y sin embargo insiste: — Tú escoges, Enrique.
A pesar del odio que siento hacia este personaje, como siempre, me inspira respeto. Y sin pensar dos veces, escojo la espada.
— No quiero dejarlo a la suerte, Heitter.
Él me mira con sorpresa.
— La pistola es suerte; la lucha cuerpo a cuerpo, también. Tú eres excelente con la espada y es el arma que ambos más usamos. Sería lo justo.
Heitter responde que así es. Más la verdad es que no quería tenerle ventaja alguna. Recuerdo las heridas que te causara una vez y lo cerca que estuvo de cortarme la cabeza y no veo otra solución que la de acabar como comenzamos.
Avanzamos con cierta lentitud. Nos dirigimos al pueblo de Heitter. Es el más cercano a nuestro emplazamiento actual y será el campo en el que llegará, por fin, el desenlace de este juego. Más si pierdo, en tus hombros recaerá esta tarea. Y entonces los bandos serán iguales.
Uno contra uno...
La noche es oscura y de vez en cuando, a nuestra espalda se reflejan los colores de las explosiones que están destrozando la ciudad. Caminamos hombro a hombro, como viejos amigos, como los amigos que fuimos siglos atrás...
Hacía mucho, pero mucho tiempo.
Hay una pregunta que no me deja en paz, la cual quería hacerle desde que le vi por primera vez, bajo la bandera de tregua, y que no salió de mis labios por la sorpresa. Pero ahora hay tiempo, el camino es largo y el tiempo es perfecto para una conversación.
— ¿Por qué hasta ahora, Heitter? — Pregunto sin mirarle, sin siquiera disminuir el paso.
— ¿A qué te refieres, Enrique?
— ¿Por qué regresaste hasta ahora?
Heitter no responde de inmediato. Avanzamos algunos metros en silencio, la nieve cruje bajo nuestros pies y el constante ulular del viento está estancado en nuestros oídos.
— Regresé porqué me convencieron... — Heitter parece querer decir algo más, pero no es capaz de terminar la frase.
Una idea se revela ante mí y no le pregunto, sino afirmo con un lastimero sentimiento de ser igualmente engañado por alguien:
— El psicólogo...
— Sí...
Hay de nuevo un largo silencio, tan largo que parece eterno. La oscuridad ahora es total y avanzamos midiendo cada paso, tratando de evitar las zanjas y trincheras ocultas bajo la nieve.
— También embaucó a Miguel, ¿sabías?
— ¿De veras? — Pero esa pregunta de Heitter es automática y en ningún momento representa un verdadero interés. — ¿Y tú?
— Miguel me encontró y me convenció. — Respondo sin ganas. — Pero, Heitter, ¿por qué volviste hasta ahora?
— No podía hacerlo...
— Mataste a Andrés...
— Sí, y no podía perdonármelo. No quería regresar, por nada del mundo.
— Después de asesinar a Andrés, ¡¿no podías perdonártelo?! — Esa frase me deja atónito. No puedo creer que después de la forma en que le mató, después de dejar a su ejército atrás, después de traicionar a los que en él confiaron, ese hombre tenga algo de conciencia. ¡Era imposible! — No te creo, Heitter.
— Es verdad, Enrique. No podía perdonármelo y... también... tenía miedo.
No respondo.
De repente una rabia descomunal me embarga. Parece como si cada fibra de mi cuerpo, cada poro de mi piel, estuviese exhalando todo el odio que siento por ese ser, por ese maldito genio del mal, que abrió las puertas del infierno y sacó a los demonios de él para entrometerse en nuestras vidas.
— ¡Eres un maldito asqueroso de mierda! — Exclamo, sin controlarme en absoluto. — Asesinaste a Andrés a sangre fría, sin que este pudiera defenderse, asesinaste a uno de tus mejores amigos, aquel con el que creciste, el que te ayudó, te cuidó, que hizo mucho por ti. ¡Eres una maldita cucaracha! Nos traicionaste, traicionaste a tus propios hombres, los abandonaste en el campo de batalla a que les exterminaran, asesinaste a tus propios aliados. ¡Vendiste el alma al Diablo, idiota! Y todavía tuviste los cojones como para presentarte al funeral de JJ. Me pregunto por qué no has ido a la tumba de Andrés. ¿Y todavía dices que tenías miedo? ¿Miedo a qué? ¿A qué se podía tener miedo?, maldita sea. A los malditos como tú, deberían colocarlos en una pila de dinamita y volarlos por los aires y después quemar los restos y las cenizas esparcirlas por el mundo, para que no quede ni una pizca de lo que ustedes representan. La verdad, accedí a este duelo porqué sé que esta es la única manera de darte alcance. Porque por más que derrotemos a tus ejércitos, terminarás huyendo, corriendo como una maldita rata - como lo que eres - y después asesinarás por la espalda y a sangre fría a tus propios amigos, tan sólo para regresar y halagar tu propio ego.
Heitter no respondió. No dijo nada, ni siquiera reaccionó y esto, quizás, le salvó la vida en ese instante. Porque si en ese momento dijera alguna palabra en su defensa, con el mayor de los gustos y sin siquiera arrepentirme, le descargaría todo el tambor de mi pistola en la cara.
Y el resto del camino hasta el pueblo enemigo transcurre en silencio.
Nosotros nunca entramos en aquel lugar. La verdad era casi igual al nuestro, en todos sus aspectos. Pero la sorpresa mayor, fue el ver a Xillen en la entrada.
Esperándonos.
— Sed bienvenidos, guardianes. — Fueron sus palabras. — La decisión que han tomado, me conmueve. Grandes son sus almas al tomar el camino por el que pocos se han decidido. Y aún más grandes por los actos que los llevaron hasta este lugar. — Se dio la vuelta. — Seguidme.
Nuestra única respuesta es una inclinación de cabeza. Debería sorprenderme por esa actitud fría de una amiga que me acompañó durante siglos en la vida y en la muerte. Más sé que ahora no es así. Ella es imparcial y debe ver tanto a Heitter como a mí, iguales. Es horrible el destino de la imparcial. Y aun más para ella, que por un espacio de tiempo dejó de serlo, viviendo como viven aquellos a quienes ella (o él), dirigió durante el transcurso de toda la eternidad...
Comienza a amanecer y poco a poco, los rayos del sol salen a bailar sobre la blanca nieve que nos rodea. Estamos parados en la plaza del pueblo, cada uno a un lado y Xillen en la mitad, con dos espadas clavadas en la tierra congelada. La gente sale de sus casas y forma un círculo mágico alrededor.
Seguimos esperando…
De repente, la multitud se parte en dos y los Maestros, seguidos por formas sin definir, se acercan. El silencio es imperativo en ese momento. Cada Maestro nos mira con atención, como queriendo infundirle fuerzas a su favorito, como diciendo: Esta es tu oportunidad, nuestra oportunidad. ¡Puedes vencerlo!
Más para mi ellos no existen.
Mi interés radica en el cansancio, en acabar con todo de una vez, para descansar y nunca más volver a este sitio.
Mientras que el de ellos...
Bueno, nunca fui capaz de descifrar su interés. Para mí, ellos eran los culpables de todo. Nosotros no teníamos nada que ver con su lucha, y ellos, en vez de pelear sus batallas, nos utilizaban. Nunca sabré por qué decidieron utilizar a los habitantes de los planetas para pelear sus batallas, nunca sabré por qué ellos no se limitaron a eliminarse entre ellos mismos y de esta manera no habría ni bien ni mal. Existiría tan sólo una Verdad Universal, por la que nos guiaríamos lo humanos, demihumanos y alienígenas.
Lo que seguiría después...
Creo que no importaría...
El sol ya ha salido y los Maestros se retiran más allá del gentío. Se ubican sobre un montículo y tan sólo observan. Xillen por fin se mueve y posa sus manos encima del mango de las espadas. Tanto Heitter como yo avanzamos hacia ella y ponemos nuestras manos sobre las de ella. Pasan unos segundos interminables. Entonces ella retira las manos y puedo sentir el frío del acero quemando mi mano desnuda.
Xillen da unos pasos atrás...
El silencio se hace interminable...
La expectativa y la adrenalina nos desbordan...
Xillen por fin forma parte del círculo y entonces una voz, o quizás millares de ellas, llegan a nuestros oídos desde el montículo:
— Guardianes... Buena suerte...
Con facilidad, saco la espada de la tierra y, ansioso, corro hacia Heitter...