¿Saben?, ¡estoy cansado de la brutalidad de la gente! Estoy cansado de que no utilizan su materia gris para discernir entre el bien y el mal y se dejan llevar como estúpidos borregos, por la vara de un pastor que ni siquiera identifican. Me perdonan los que se ofendan por estas palabras fuertes, pero es que ¡no hay derecho!
Mi indignación tiene un fondo que radica en la pereza mental del ser humano. Esta reacción tiene que ver con una noticia, relacionada con Israel y Palestina. No es la noticia, sino los comentarios de los lectores que me indignaron. Los defensores de los israelíes y judíos se dedicaron a ofender a los palestinos y musulmanes por igual; los otros, a los israelíes y judíos. Sí… Bonita forma de resolver el problema… Seguramente ofender e insultar resolverá la situación de Oriente Medio, acabará con el terrorismo internacional y llevará paz, dinero y amor a los hogares de todos los habitantes de este planeta.
Me da mal genio leer como los unos se la pasan culpando a los otros y viceversa. El problema es que ambos bandos son igual de culpables. En un conflicto, cuyos comienzos están registrados en el Éxodo de la Biblia, ya no importa quién tiró la primera piedra. Importa quién desista de seguir lanzándolas. Pero a los líderes que dirigen las naciones (me refiero a las naciones en general, ya que en todas partes tenemos conflictos parecidos al Palestino-Israelí), no les interesa detener este odio. ¿Por qué? Porque el odio produce la guerra y, con el mayor de los pesares, se ha demostrado a través de la historia de la humanidad, que la guerra es el mejor negocio del mundo. Y los líderes, a través de terceros, se dedican a cultivar este odio. A irrespetar las creencias y costumbres más sagradas de sus opositores. Y el pueblo los sigue, con los ojos desorbitados, desgañitándose en consignas contra los musulmanes, contra los judíos, contra los negros, contra los blancos, contra occidente, contra oriente y contra sí mismos, inclusive. Y después, vemos por la televisión cuando los racistas linchan a negros, los musulmanes a cristianos, occidente a oriente; mientras que las cuentas bancarias de unos pocos que se dedican a suministrar armas, crecen de manera desorbitada.
Me da mal genio, cuando algún energúmeno que en su vida no ha leído un libro de historia, sale a decirme, repitiendo como una lora que los musulmanes son la encarnación del mal. O lo contrario, que los judíos tienen un plan para dominar al mundo y son los culpables de que el Oriente viva en guerra. Peor aun, cuando alguien dice que Israel debería usar sus armas nucleares contra Irán, ya que este país es muy peligroso y podría desarrollar su arma nuclear y usarla. Perdón, y ¿para qué los israelíes hicieron la suya? ¿Para tenerla de decoración y no usarla?
Señores, les informo que a la hora de la verdad no importa quién tiene la razón. En este momento no hay una definición de bien y mal en los conflictos vigentes a nivel mundial. Mientras no se destruya en su totalidad el grupo opositor, “el bien nunca triunfará”. Pero, ¿no era ese el plan de Hitler? Y hoy, para la gran mayoría de la población mundial, él es la encarnación del mal. No obstante, cuando deseamos “la desaparición” de nuestros opositores (en este caso estamos hablando en términos globales: de una nación), ¿no estamos repitiendo y haciendo realidad el deseo de Hitler?
Por eso es que digo que la gente no sabe utilizar su materia gris. En caso de una confrontación directa, ¿quién es el que tiene que “chupar”? ¿Los líderes o el pueblo? ¿Quién es el que va a ir con un M-16 o un AK-47 al frente, a hacerse matar por unas palabras que ni siquiera ha logrado procesar en su mente? Y los líderes del grupo perdedor pondrán pies en polvorosa, refugiándose en otros países, con el dinero del pueblo a buen recaudo. Mientras que la gente, después de que la maten, la envenenen, la destrocen, la humillen, la torturen y la mutilen, comenzará a rehacer su vida de las cenizas, maldiciendo a sus antiguos gobernantes y odiando a los vencedores hasta la tercera generación. ¿Acaso las lecciones de la historia no les han enseñado nada?
La mejor táctica de cualquier gobierno, para asegurar su permanencia en el poder (léase bienestar y seguridad económica para ellos y su descendencia) es enfocar al pueblo en una causa común, o un hecho que el pueblo considere “por fuera de lo acostumbrado por nuestra sociedad”. Para Hitler era el “dominio Ario”. Para Stalin “el gobierno del proletariado”, para los demócratas “la libertad y el capitalismo”, para cualquier dictador “la supremacía de nuestra nación, partido, ideología y/o raza”, etc. Y, ¡oh sorpresa de sorpresas! El pueblo los siguió, ciego por las consignas y una sed de enderezar su vida personal a costa de otra vida.
Los resultados los conocemos muy bien. Sangre, sangre y más sangre. En ningún caso el pueblo fue el ganador. Al contrario, ¡fue el gran perdedor! Sólo los líderes que dirigieron ese pueblo obtuvieron “beneficios”. Si miramos la última gran guerra, me refiero a la Segunda Guerra Mundial, las cifras de muertos son astronómicas: más de 50.000.000 de personas; de seres humanos, donde cada quién tenía una familia, sueños y ganas de simplemente vivir. Pero los líderes que estaban en el poder no fallecieron, porque nunca fueron a la primera línea de combate. La excepción fue Hitler, quién se suicidó. Pero la mayoría de los líderes nazis se refugiaron en otros países y hasta la fecha los están buscando… ¿Y el pueblo? Tanto el ganador como el vencido, regresó cada quién a su pueblo, ciudad y caserío, a llorar a sus muertos y a reconstruir su vida desde cero.
Por ello es que pido mesura y comprensión a aquellos que insisten en mantener contra el pecho su “odio de generaciones”, ya que las consecuencias tienen un costo muy, pero muy alto. ¿No es más fácil desinflar un poco ese orgullo que nos tiene enceguecidos y carcomidos por la ira y el odio, para llegar a aceptar que otros también tienen derecho a existir, creer y opinar? La magia de la acción no radica en esperar a que ellos sean los primeros en bajar las manos e ir a buscar una paz. La magia está en hacerlo de primeros, saber negociar y ceder, de acuerdo a las necesidades de los demás.
Esta es la acción que requiere más esfuerzo y mérito, ya que es más fácil humillar, acusar, ofender, torturar y tirar del gatillo; que ceder, aceptar la existencia del prójimo y amarlo como a sí mismos.
Junio 25 de 2008