Uno de los recuerdos que más me ha asediado últimamente (y por razones aún a esclarecer) es el de mi visita – hace ya algunos años – a una… llamémosla Asesora del mundo espiritual o Ingeniera de bioenergía ectoplásmica, aunque la mayoría de nosotros las conocemos por el simple nombre de “brujas”.
No me gusta ese último sobrenombre, ya que siempre está asociado a la maldad, fealdad y – en algunos casos – a un matrimonio poco compatible, aunque en la mayoría de los casos es todo lo contrario. Sin embargo, quiero aclarar desde un principio que respeto cualquier tipo de profesión, vocación y contacto asociados con el mundo espiritual, el infinito y el más allá (independientemente de que crea en él o no).
La historia que les voy a narrar a continuación es verdadera de principio a final, ya que su principal actor soy yo, y la viví en carne propia. Así que la veracidad no está en discusión, aunque sí puede haber toda la interpretación que se quiera de los hechos.
Todo comenzó en una tibia tarde de abril de 2001. Hasta esa fecha había escuchado bastantes historias sobre brujas, magos, encuentros de todo tipo con el mundo espiritual, fantasmas, etc… Mi mente escéptica me decía que todo era pura mentira ya que hasta ese momento no había experimentado nada que pudiera asociar con ese “otro” mundo. Aunque mis mejores amigos me contaban historias espeluznantes “totalmente verdaderas, ya que le había pasado al primo del hermano del exnovio de su mejor amiga”, yo prefería no creer en ellas. Aunque eso no quiere decir que las negaba de plano. No… Trataba de encontrar una respuesta (como estoy seguro, en su momento hemos buscado – y todavía seguimos buscando – algunos de nosotros) y comprobar que los hechos que me describían fueran ciertos…
Así que, buscando la respuesta, experimenté con la ouija, invocaciones, leí sobre magia ceremonial y wicca. Me tragué los seis volúmenes de un texto ladrilludo sobre un brujo mexicano, Don Juan Mateus, escrito por un antropólogo gringo llamado Carlos Castaneda. Hablé con llaneros que practicaban la brujería, con indios amazónicos y wayuus. Busqué grimorios y todo tipo de texto que me ayudara a tener un contacto con ese “mundo espiritual” del que todos hablaban, pero fue en vano… Nunca lo había conseguido y poco a poco dejé ir la idea, para ocuparme de otros asuntos – más mundanos, pero no por ello menos importantes – y me olvidé de la “brujería”.
Hasta ese día…
Ese mañana en particular, una persona muy querida para mí, insistía en que visitara a una experta en la lectura del tarot, ya que todo lo que le había dicho resultó siendo verdad. Después de una hora de explicaciones, ruegos, excusas simplonas e intentos fallidos de zafarme del compromiso, decidí aceptar la propuesta. Después de todo, la persona que me convenció era igual de escéptica a mí, así que algo de verdad habría en la visita… O por lo menos descubriría la forma en que habían estafado a esa persona, querida para mí.
Llegué en transporte público hasta la Avenida Caracas con Calle 72. A pie me dirigí a la Carrera 20 con Calle 68, ya que por ahí estaba la dirección de la famosa bruja. La casa que estaba buscando se camuflaba a la perfección entre sus vecinas y por eso me tocó recorrer dos veces la cuadra, ya que casi no la veo. No tenía ningún aviso y la puerta (de hierro, pintada de negro) estaba cerrada. Pero yo estaba sobre aviso, ya que se llegaba a la experta sólo por recomendación.
Ya localizada la dirección, me detuve un par de minutos frente a la puerta. Me preguntaba si valía la pena que desperdiciara mi tiempo y dinero en la lectura de unas cartas que, con toda seguridad, no dirían nada del otro mundo. Con toda la lectura sobre la materia, ya sabía que la lectura era charlatanería pura, basada en el sistema gitano de los tres sí[*]. Así que me preparé mentalmente antes de golpear, ya que presentía que me querrían engañar (como todas las veces anteriores en que había visitado un brujo).
Me abrieron a los veinte o treinta segundos después de golpear. Mentalmente me había preparado para ver dibujos de signos zodiacales, imágenes de ángeles y arcángeles, palitos de incienso y saumerios, sin excluir las obligatorias estrellas de cinco puntos y la de David, inscritas en un círculo, con las palabras Tetragrammaton dentro. Pero mi expectativa se tornó en sorpresa, ya que me encontré en un pequeño corredor, angosto y largo, con las paredes pintadas de un color que antaño debió ser blanco y ahora era gris. El corredor estaba iluminado desde arriba, ya que el techo era de tejas transparentes y había abundante luz que inundaba el recinto.
Quién me abrió era una señora de unos cuarenta y tantos años. Vestida de falda pollera de color negro, hasta el piso, y una blusa recatada sin escote, de un color azul claro. Supuse que era la auxiliar de la “experta” y, después de explicar a qué venía, me dejé llevar a través del corredor hasta un cuarto de espera, que tenía por toda decoración un taburete de madera, una mata de helechos en una esquina y un par de cuadros en la pared diametralmente opuesta a mi. Al fondo del cuarto había una puerta, por la que entró la señora que me había abierto.
En seguida escuché una voz masculina que hacía una pregunta y una femenina que le respondía largo y tendido. No alcancé a escuchar lo que decía, así que me dispuse a esperar. Sin embargo mi espera no duró mucho, ya que del cuarto salió un señor, seguido por la señora que me había abierto la puerta. Se perdieron en el corredor y a los pocos segundos ella volvió. Me sonrió y me indicó a que la siguiera al cuarto.
Bueno, pensé, la hora de la verdad.
El cuarto al que me habían llevado difería en poco del anterior. Dos sillas de plástico, un taburete de madera y una mesa rústica de madera. Otro par de matas y dos fotografías de cuadros, detrás de vidrios con marco de metal. Sobre la mesa había una lupa, una jarra de agua y una baraja de Tarot Egipcio bastante manoseada e hinchada por la humedad absorbida. La que había sido mi guía hasta el momento me indicó que me sentara e hizo otro tanto al frente mío.
- ¿En qué le puedo servir? – preguntó la señora y entendí que ella era la experta. Eso ya era una sorpresa, ya que hasta el momento, los brujos que había visitado intentaban sorprender y apabullar con exóticos trajes, plumas, vestimentas o símbolos. Siempre tenían un aire de misterio y trataban de infundir un temor casi reverencial a su persona.
Pero en este caso era distinto. La señora era casi invisible. En la calle se le confundiría con cualquier otra. Incluso ahora, escribiendo estas líneas, no recuerdo su rostro, aunque sí me acuerdo de los demás detalles.
- Bueno, - respondí con aplomo y demostrando desde el principio mi escepticismo, - vengo a que me eche las cartas. Una amiga me insistió en que viniera, así que estoy aquí.
- Serán diez mil pesos. (Unos cinco dólares) – Dijo la señora y esperó a que desembolsara el dinero.
No lo recibió directamente, sino me indicó que dejara la plata sobre la mesa. Después, sacó el tarot y me lo entregó para que lo barajara. Después me indicó que lo partiera en tres barajas y lo pusiera sobre la mesa. Luego sacó una cantidad (creo que eran siete cartas por baraja) de encima de cada baraja y, a medida que volteaba las cartas, me decía mi pasado y mi futuro.
Cabe anotar que nada de lo que me dijo me impresionó y ya estaba mentalmente preparado para la inevitable frase de “usted está embrujado y le voy a cobrar esta vida y la otra por quitarle la maldición”. Pero de nuevo me equivocaba… por lo menos en parte.
Hubo un momento, después de sacar una carta en especial, en que la señora me miró inquisitivamente y suspendió la lectura.
- Le hicieron un trabajo. – Me dijo sin emoción alguna.
- Ajá… - Yo estaba preparado y tampoco me dejé impresionar. - ¿Qué clase de trabajo?
- Bueno… Espere un segundo… - Me miró a la cara y después me pidió que le tendiera primero mi mano derecha y luego la izquierda. Examinó ambas detenidamente con la lupa.
- Le tienen mucha envidia y lo salaron… - Dudó un segundo. – También le hicieron un trabajo para dejarlo inválido… Todo ya que le tienen mucha envidia. – Repitió.
- Y ¿qué hay que hacer para limpiarme? – Hice la pregunta de turno, esperando mentalmente la respuesta de que tendría que pagarle por adelantado cuatrocientos mil pesos (doscientos dólares) y además compraría materiales, velas, etc…
- Bueno… Tráigame un paquete de diez cigarrillos marca XXXXX, nuevo; tres limones y media botella de alcohol.
Su respuesta me dejó boquiabierto. El costo de los tres ítems equivalía a la mitad de la consulta. No tuve que meditarlo mucho.
- De acuerdo. Espéreme, voy a comprarlos. – Le respondí a la señora y me levanté. Ella hizo otro tanto y me acompañó a la salida.
Ya en la calle cavilé un poco la situación. Era la primera vez que un “brujo”, de tantos de los que había hablar, no tocaba el tema del dinero. Los elementos que me pedía eran muy baratos y se conseguían en cualquier tienda...
Si me está engañando, no es muy caro el chiste; y si es en serio, es muy barato. Pensé y busqué un almacén.
Media hora más tarde estaba de nuevo en el consultorio de la “experta”. De nuevo me tocó esperar en el recibidor, ya que atendía a otra persona, esta vez una mujer madura. Cuando finalizó la sesión, me indicó con ademán familiar que entrara. Me sentó en la misma silla. Comencé a sacar y colocar sobre la mesa la media botella de alcohol, el paquete de cigarrillos y los tres limones.
- Abra el paquete de cigarrillos. – Me indicó ella, al tiempo que cogía los limones y el alcohol y los colocaba dentro de un recipiente que tenía a sus pies.
Le hice caso y lo destapé.
- Saque los cigarrillos.
Los puse sobre la mesa. La experta cogió los cigarrillos, los dividió en cinco grupos, con los que armó cinco cruces, colocando un cigarrillo sobre otro.
- Ahora saque el papel metalizado, - me dijo.
Lo saqué y coloqué sobre la mesa.
- Alíselo bien y colóquelo con la parte metálica hacia arriba.
Realicé lo que me había pedido.
- Ahora escupa sobre el papel.
- ¿Qué? – La miré sorprendido.
- Escupa sobre el papel. – Repitió con paciencia y le obedecí. – Ahora trace la cruz con la saliva.
Decidí no sobresaltarme más e hice lo indicado.
- Ahora coloque la mano derecha sobre el papel y repita después de mí. – Dijo la experta y comenzó a recitar una oración que nunca había oído, pero que era dirigida a la Virgen María.
Mientras ella rezaba, yo la miraba entre aturdido y sorprendido. ¿Cigarrillos, saliva, cruces? En ese momento ella terminó de rezar y me dirigió la palabra:
- Bueno, si es magia blanca, sentirá frío; si es negra, calor…
No alcanzó a terminar a decir esas palabras, cuando sentí como si alguien prendiese un encendedor bajo mi palma derecha. Instintivamente quise levantar la mano, pero un grito angustiado de la experta me previno:
- ¡No lo haga! Aguante hasta que termine… ¿Puede aguantar?
Asentí en silencio y con el rostro descompuesto. La sensación de calor era fuerte, pero soportable, una vez repuesto del susto inicial. Miraba mi mano, colocada sobre el papel metálico, sobre una mesa de madera maciza y me preguntaba, tratando de racionalizar la experiencia y explicarla científicamente: ¿cómo demonios hacen para que yo sienta fuego en el centro de la palma de la mano?, sin encontrar respuesta.
La sensación de calor comenzó a menguar paulatinamente. ¿Cuánto tiempo había pasado? No sabría decirlo con certeza. Entre treinta segundos y una hora… quizás… Pero aun yo no estaba preparado para la sorpresa final de esa sesión. Una vez finalizada la sensación de quemazón, ella me preguntó si ya había dejado de sentirla. Le respondí afirmativamente.
- Levante la mano, - me indicó y le hice caso.
Cuando miré lo que había debajo de mi mano, quedé blanco del susto. La cruz de saliva… de mi propia saliva… escupida por mí, con mi dedo hecha cruz sobre un papel metálico comprado, alisado y extendido por mí; de unos cigarrillos comprados por mí; que en ningún momento fueron tocados por la experta o alguien más: SE HABÍA CONVERTIDO EN SAL…
Sí señores, es verdad y no miento y que me caiga un rayo en este mismo momento si miento. La cruz de saliva se había convertido en sal. Una sal grisácea. Casi ceniza, pero igual seguía siendo sal.
La experta cogió con cuidado el papel, procurando no tocar la sal, y comenzó a hacer un ovillo con él. Seguramente se dio cuenta de la cara de tonto que debía tener en ese momento, por lo que decidió hacer una corta explicación:
- Es sal de cementerio… de los muertos… - Me dijo, mientras enrollaba el papel en un pedazo de trapo y lo colocaba junto con los limones y el alcohol.
En ese momento, comencé a sentir un fuerte sabor a sal en la boca. Era como si además de beber un vaso lleno de agua salada, hubiese hecho buches con la mezcla. La sensación era tan fuerte, que pedí un vaso con agua. Ella me lo trajo y después de beber, el gusto a sal menguó un poco, pero no desapareció (a decir verdad, duraría con ese gusto un par de días y nada que tomara o comiera me lo quitaba).
- Y ahora ¿qué? – Pregunté con una voz débil.
- Bueno… Esta noche trataré de eliminar el espíritu. Si lo logro, Usted lo notará y cuando se arreglen las cosas, me pagará lo que considere conveniente…
- Esta bien… - Respondí con un hilillo de voz.
- Este es mi número de teléfono, - dijo la experta al tiempo que me pasaba un pedazo de papel. – Llámeme mañana y le cuento…
Me despedí sin más y salí tambaleando del lugar. Me sentía mal y la mente la tenía nublada. Ni siquiera recuerdo cómo llegué a casa esa tarde. Poco a poco me fui recuperando de la impresión y, aunque la sensación de sal en la boca y garganta no me dejaba en paz, comencé a esperar impaciente la llegada del día siguiente…
Durante los tres días siguientes llamé a la señora. Y en tres ocasiones ella me respondió que seguía luchando con el espíritu. No hubo una cuarta vez… ¿Por qué? No sabría decirlo con certeza. Simplemente lo olvidé…
Decir que todo se arregló y fue “cuesta arriba”, sería un desparpajo. Sin embargo, sí hubo mejora en otras cosas. Una de ellas fue el regresar a la Universidad, que tantas veces había abandonado por el trabajo, y finalizar la carrera. También adquirí cierta seguridad en sí mismo, que no tenía hasta ese momento… Pero todos esos cambios se dieron paulatinamente, por lo que no podría asegurar que fueron consecuencia del “exorcismo”. Por ello nunca llamé nuevamente a la señora… Al paso de los años, olvidé su número de teléfono y, por más veces que caminara por la carrera 20, entre las calles 67 y 68, no he podido reconocer el portón de la señora y no me he atrevido a tocar puerta por puerta…
Últimamente este suceso ha regresado a mi mente, obligándome a exorcizarlo en el papel. Comparto esta historia con ustedes para que, por lo menos, sepan que sí hay algo ahí afuera… Algo que no podemos ver, pero sí sentir. Algo que escapa a nuestra comprensión y que podría ser muy, pero muy peligroso. El hecho de que existan pocas personas que tengan la capacidad de ver y luchar contra ese algo, no debe ser motivo de burla o risa.
Hay muchos que se hacen pasar por ellos y se aprovechan para hacer dinero fácil… Pero la de ellos, es otra historia que quizá narre un día, ya que mi búsqueda de respuestas me llevó a varios encuentros con este tipo de personas y algo sé de cómo pueden acabar, cuando intentan jugar con fuego…
Noviembre 27 de 2009
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[*] Para el que no lo sabe, el sistema gitano de los tres sí consiste en hacer las primeras tres preguntas a sus clientes de tal forma que sus respuestas sean sí. Ello servirá para que “el cliente” entre en confianza y comience a narrar su propia historia y problemas sin darse cuenta y esté de acuerdo en todo lo que el gitano diga.