No sé lo que siento. Tal vez, ya no siento,

Tal vez ya ni siquiera entiendo quién soy.

Sólo sé que muy dentro, sólo sé que en el centro,

Aun existe la llama de mi propio yo.

 

Mi yo de afuera, que es el que muestro,

Ha sido adaptado para los demás.

Ha aguantado de todo, ha sido mutado,

A una máscara fría, que es imposible quebrar.

 

Los años han sido de mucha ayuda.

Tal vez, aportando solo destrucción.

Yo ya no veo, así como antes,

La inocencia del hombre a mi alrededor.

 

Solo veo ojos. Ojos salvajes.

Que desean la muerte y la destrucción.

Que solo piensan en ellos mismos,

Y al prójimo empujan a su perdición.

 

También veo miedo; terror indescriptible,

De perder la efímera seguridad.

Encerrado en la cárcel de sus deseos,

Al hombre yo veo desesperar.

 

Yo veo dolor en todas las almas,

Aquellas que buscan su salvación.

Las veo perdidas en un horrible antro,

Al que muchas consideran su realización.

 

Yo veo valores convertidos en nada.

Destruidos, trastocados a más no poder.

Yo veo la mentira coronando este mundo,

Y la verdad en su boca desaparecer.

 

Yo veo el alma de todos los seres,

Temblando de miedo y de pasión.

La veo humillada y regalada,

Vendida al que creen que es su señor.

 

Y veo el futuro. Lo siento, lo huelo.

Y es nada bueno, lo puedo afirmar.

Yo veo al hombre, por pocos pesos,

Regalar lo que queda de su humanidad.

 

Y veo al diablo, subido en su trono,

Lo veo clarito: mandando aquí.

Y todos irán a servirle juiciosos,

Mientras crean que el diablo les pueda servir.

 

Y después de eso, tan solo veo,

La desesperación del hombre al despertar.

Y ver la realidad de lo que ha hecho,

Y las consecuencias de servir al mal.

 

Martes, diciembre 15 de 2015

 

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