La fiebre consume el cuerpo despacio,
El hombre se retuerce en el lecho de dolor.
Levanta con delicadeza su cabeza enajenada,
Mira, y blanco ve el alrededor.
Recuerda con pesar momentos insulsos,
Recuerdos verdaderos ocultos a él son.
Desdicha rebosa su corazón moribundo,
Amén al amor, amén al dolor.
Y como quisiera el hombre desdichado,
Por una vez el sol volver a mirar.
Dejar que sus rayos le recorrieran despacio,
Absorber hasta el último que lo llegue a tocar.
Lágrimas silenciosas resbalan por sus mejillas,
Lágrimas de vergüenza y de dolor.
Recuerda con pesar el verdor de los pastos,
Recuerda los bosques, recuerda su olor.
También recuerda como los desdeñaba,
Como trataba todo con desdén.
Ahora daría los segundos restantes,
Para llenarse de la dicha, de ese placer.
Sus hijos no están ahora con él,
Viajan por el mundo como él lo había hecho.
Recorren las tierras, las fuentes del poder,
Piensan en el dinero, como el lo había hecho.
Tan sólo una palabra quisiera compartir con ellos.
Decirles que no crean en la mentira de su vida.
Que disfruten el milagro de su existencia bendita,
Y que no cometan sus mismas insuficiencias.
Más ¡ay! Pobre alma insulsa,
Tu hora ha llegado, prepárate a partir.
Deja el dolor y el pesar en la tierra,
El cielo te clama, es tu porvenir.
Pecado has cometido solo uno
No disfrutaste lo que debías disfrutar,
Perdiste el rumbo en el dinero
Será tu castigo, tu eterno malestar.
Más, mira, un ángel en tu cabecera se posa,
Agita sus alas y puedes ver,
Aquello que una vez desdeñaras,
Que una vez trataras con desdén.
Y las mejillas del moribundo las recorren la lágrimas,
Más ahora son las de la felicidad.
Recuerda y disfruta, el desdichado, sus segundos,
Aprovecha al máximo el regalo celestial.
Y el ángel sonríe con cariño y ternura,
Desaparece poco a poco y la nada va llegar,
En la cama permanece el que fuese moribundo,
Ahora muerto el viejo está.
Jueves, 11 de octubre de 2001