II

Durante el espacio de dos semanas escuchamos las cintas, siguiendo las instrucciones paso a paso. Aprendimos a controlar la respiración, a relajar cada músculo de nuestro cuerpo, por más insignificante que fuese, en cuestión de segundos. No tardamos en sentir los efectos de dichas prácticas, en nuestros cuerpos y mentes. Con cada nuevo día nos sentíamos más llenos de energía y ganas de vivir. El sueño se hizo más tranquilo y placentero. Curiosamente, ya no nos irritábamos por cualquier cosa y respirábamos un ambiente de paz que nunca sentimos. Las relaciones con nuestros padres también mejoraron. En la universidad, estudiábamos con mucho más ahínco y además, facilidad. Los profesores estaban sorprendidos con JJ, quien pasó de ser el alumno que siempre estaba detrás de ellos pidiendo cualquier explicación, a ser uno de los mejores del grupo. La imaginación parecía no tener límites, al jugar en Rol. Andrés comenzó a sobreponerse a los problemas personales y, gracias a su empeño y conocimientos adquiridos en la universidad, obtuvo una promoción en el almacén. No era gran cosa, ahora trabajaba como cajero, pero el aumento en el sueldo no se hizo esperar y siempre era bien visto por sus superiores.

 

El día de la cita nos encontrábamos todos reunidos en el consultorio del psicólogo. Estábamos recostados sobre unas colchonetas que él trajo especialmente para la ocasión. Nos sentíamos un poco asustados y exaltados, a la vez.

Nuestra primera vez...

Las colchonetas se encontraban en un semicírculo y, cerrándolo, estaba el viejo en su sillón con un manojo de hojas para anotar lo que le pareciese importante, durante el proceso. La grabadora estaba encendida y preparada para grabar lo que sucediese durante la regresión. Todo estaba preparado.

A una indicación del psicólogo, cerramos los ojos y comenzamos a respirar más profundo y pausado. Sus instrucciones seguían guiándonos en la regresión. Las palabras se volvieron débiles y mi consiente apenas podía captarlas, hasta que perdieron todo sentido y se convirtieron en meros murmullos y sonidos inarticulados que tenían absolutamente ningún significado para mí. Poco después, los murmullos también desaparecieron. Tan sólo quedó el silencio. Una oscuridad total me rodeaba y, de repente, una luz diáfana me envolvió, casi al punto de dejarme ciego.

Es una incoherencia, tengo los ojos cerrados, pero mi conciente dejó pasar ese pensamiento, hasta perderlo en el olvido y no lo evocó más. Me sentía atraído por esa luz. Me indicaba un camino. ¿Cuál? No importaba. Yo sentía que esa luz me proporcionaba bienestar. Y con un impulso de ¿mi cuerpo? mi ser, volé a su fuente. En un momento, mientras continuaba mi ascenso, miré hacía abajo y entré en pánico. Me vi a mí mismo, acostado en la colchoneta. El viejo, seguía abriendo y cerrando la boca, pero ninguna palabra llegaba hasta mis oídos. Mis compañeros también se encontraban recostados y con los ojos cerrados. Todo era demasiado vívido y realista, pero estaba cubierto por una fina niebla que no permitía distinguir algunos detalles. Las pinturas, esculturas y todos los adornos del consultorio parecieron fundirse en una descomunal mancha de colores nunca antes vista. Percibía las diferencias entre cada color, cada tono. Podía fragmentar la luz y ver que en realidad no era blanca sino de muchos colores.

— ¿Estoy muerto? — La pregunta me sacudió por completo. Aunque pronuncié las palabras, ningún sonido salió de mi boca, la cual estaba transformada en una “O” muy grande. Pero, ¿era mi boca? Manoteé desesperado, tratando de pellizcarme y, no con sorpresa, pero sí con terror, mi mano atravesó mi brazo.

En ese momento, cuando me encontraba tan asustado y sin saber cómo reaccionar, sentí con más fuerza como la luz me atraía. Me llamaba, me clamaba, me necesitaba y yo, olvidando casi de inmediato que mi cuerpo se encontraba abajo, en alguna parte, volé con mayor decisión hacía la luz. La velocidad aumentaba espantosamente, con cada fracción de segundo. La aceleración era impresionante. Por un momento me vi convertido en energía, compenetrándome con la luz que atraía, fundiéndome  con ella. Y, enseguida, cuando estaba a punto de alcanzar la fuente de todo ese bienestar, la luz me abandonó. De nuevo me encontraba en la oscuridad. Pero el sentido de bienestar no me abandonaba. Sentía que alguien me estaba vigilando. Alguien o algo estaban ahí.

Y eran muchos...

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