III

No sé cuanto tiempo permanecí en la oscuridad. Sentía que me estaba ¿recargando? mejorando en mi espíritu. Había algo así como un bálsamo mágico que curaba todas las dolencias y me hacía olvidar las experiencias malas de la vida. Realzaba todo lo bueno que me ocurrió. También veía todo lo malo realizado hasta ese momento. Los errores que antes consideraba olvidados y perdonados, volvían como en una cinta sin fin y desfilaban una y otra vez delante de mí. Pero no me sentía mal. Al contrario, ahora sabía qué cosas malas realicé y sabía como contrarrestarlas. Como deshacer lo mal hecho. Entonces, cuando ya estaba ¿deseando? resignado a permanecer eternamente en ese reposo benéfico, la oscuridad dio paso a una luz tenue; la podría describir como el principio de un amanecer tan hermoso como el nunca antes visto.

Ahora veía las presencias que me observaban. Eran seres, pero no sabía si eran humanos. No tenían forma alguna. Simplemente, tenía conciencia de que estaban ahí y podía sentirlas y, de alguna manera, sabía que si les hablaba, me entenderían.

No quise hacerlo, por lo menos no en el momento.

Comencé a reconocer el sitio en el que me encontraba. No había cielo ni tierra. Tampoco era el espacio. Parecía encontrarme en la eternidad. No un momento preciso. Sentía que me encontraba a través de todo el espacio y tiempo. Mi ser llenaba completamente esa eternidad, aunque como forma, ocupaba un espacio mínimo. Y entonces, al mirar en una dirección indefinida, vi a mis amigos. Conservaban la misma forma que yo, es decir, humana.

— ¿Miguel? — Me atreví a preguntar. La forma humana volteó la cabeza y me miró. Por la expresión de su cara, adiviné que también se sentía perdido y sorprendido.

— ¿Enrique? — De nuevo ese maldito efecto. Vi como abría la boca, pero ningún sonido salió de ella. Sólo sentí en mi cabeza que me dirigía la palabra.

Telepatía, pensé excitado. 

— ¿Dónde están los demás? — No lo dije, sino envíe un pensamiento.

— Aquí estamos. — Y entonces vi a otras formas que se movían, más allá de Miguel.

Todos estaban ahí. Pero era raro. Si nosotros experimentábamos una regresión, no era posible que nos encontráramos unos con otros, en otras mentes. Era imposible, a menos... a menos que estuviésemos muertos. Era la única respuesta posible.

— ¿Dónde estamos? — Preguntó JJ.

Nadie respondió a esa pregunta. Tan sólo nos miramos unos a otros. Intenté moverme hacía Andrés, quien se encontraba más cerca, y en ese momento me di cuenta que carecía de peso. A una voluntad mía, mi ser no voló, sino se transportó momentáneamente. Los demás hicieron lo mismo. Ahora, estábamos reunidos en un grupo. No sabría decir si nos hallábamos asustados. Era posible, pero la fuerza del sentimiento de bienestar que nos envolvía, hacía olvidar ese miedo.

— ¿Estamos muertos? — Andrés envió la pregunta que asaltaba mis labios, pero que no dejaba escapar. Todos lo miramos, con terror en las caras, internamente rechazando esa revelación, aunque las pruebas estaban a la vista.

— No. — Una voz, cuyo dueño no veíamos, pero sentíamos, tomó posesión de nuestras febriles mentes y las tranquilizó. — No lo estáis.

— ¿Dónde estamos? — Preguntó Heitter. Estaba desesperado por salir de esa situación y regresar a la normalidad.

— No sabría deciros el nombre. Algunos le llamáis Paraíso, Rai, Walhalla, Olimpo y miles de millones de nombres más. Aunque vosotros no os encontráis en él, en el momento... Estáis a sus puertas. Tan sólo aquellos que han dejado su cuerpo en alguno de los planetas y han decidido ingresar o regresar al mundo espiritual, pueden entrar. Este lugar es vetado a todos los seres que aún conservan su cuerpo. — La presencia se hizo más fuerte y comenzó a tomar forma. — Lo es también para vosotros. — Dijo la voz y añadió segundos después, — por el momento.

Nos miramos con cierto estupor. Decididamente, esto era algo más allá de nuestra imaginación y, si esto era histeria colectiva o un sueño de ese tipo, era uno de aquellos que no se volverían a repetir nunca jamás en la historia de la humanidad.

— Un momento. — JJ parecía dudar de sí mismo, pero después de un momento de silencio se decidió, — si nos encontramos aquí es porque estamos muertos, es decir, dejamos nuestro cuerpo en la Tierra y venimos aquí. ¿De qué otra manera estaríamos aquí? — Estaba hablando con una calma calculada. Parecía que el hecho de que estuviera en este momento envuelto en algo sobrenatural no lo afectaba.

Esa era una cualidad de JJ: en momentos de peligro, nunca perdía la cabeza y era el único de nosotros, capaz de frenar una pelea a punto de comenzar, con una simple frase. Jamás lo vimos usar sus puños o insultar a alguien. Pero en este caso, era una excepción tan grande, que cualquier otro perdería la cabeza. Sin embargo, él se contuvo y reflexionó bastante antes de preguntar, conservando la calma.

— Porqué han sido elegidos...

— ¿Para qué? — Interrumpió Andrés, pero se atragantó antes de decir la última sílaba. Sintió que estaba cometiendo un sacrilegio, al interrumpir de esa manera al ser que nos hablaba.

—    ... para representar a su mundo. — El ser calló y también nosotros.

El fuerte sentido de las palabras nos obligó a callar, aterrados. Gracias a las cintas del psicólogo, aprendimos a reflexionar antes de lanzar una pregunta al azar. Aunque el ¿en qué?, forcejeaba dentro de nuestras mentes, buscando una salida inútil que no queríamos proporcionarle. Hubo un silencio que pereció durar toda la eternidad. Un silencio sepulcral, que presagiaba los grandes eventos que se expondrían a continuación, expresando todo el sentido que implicaba la frase dicha por ese ser sin espacio ni tiempo. Esa forma nos llamó a su presencia porque nos necesitaba, valiéndose de nuestra curiosidad y utilizando como instrumento al viejo.

— Lo que voy a contaros a continuación, está sujeto a vuestra consideración. No quiero que me deis una respuesta ahora. — El ser calló, esperando algún reclamo o pregunta de nuestra parte pero, al no obtenerla, continuó: — La eternidad siempre ha presenciado la batalla sin fin, entre los que vosotros llamaríais el bien y el mal. Pero sólo hay una verdad y es la que quiero explicaros, antes de deciros vuestra misión en esta conflagración. Todos somos parte de un mismo Ser Supremo. Al estallar el Universo, que es un proceso continuo, este Ser se vio contaminado por sus consecuencias. El único medio de librarse de dicha contaminación, fue el de dividirse en miles de millones de partes, que fueron disipadas por las ondas de la explosión. Sin embargo, para reunirse de nuevo y volver a ser uno solo, esas miles de millones de partes, que vosotros llamáis espíritu o alma, necesitan alcanzar la perfección y la limpieza total que antes tenían. La manera en que las almas se limpian de esas impurezas, es a través del conocimiento. El conocimiento es adquirido durante su permanencia en un cuerpo. Ese cuerpo es el que, con el paso del tiempo, absorbe parte de la contaminación. Por eso se deteriora. El constante aspirar de la contaminación, daña el cuerpo y este muere. ¿Qué ocurre con el alma? Ésta tiene que reposar un período de tiempo, antes de volver a tener la capacidad de limpieza que se requiere. Después, vuelve a otro cuerpo para continuar con el proceso de limpieza. Las almas que han alcanzado un cierto grado de limpieza, pasan a un estado que es el que ahora en La Tierra, llamáis Maestros. Estas almas están a tan sólo un paso de reunirse con otras de nuevo, pero antes de ello, tienen que ayudar a otras, para que alcancen su estado y las reemplacen. Y así, el proceso vuelve a comenzar. — El ser calló un momento, permitiéndonos comprender lo expresado. — Empero, — continuó él, — muchas almas, en lugar de librarse de las impurezas, adquieren muchas más durante sus estancias en las diferentes formas de lo que vosotros llamaríais vida. El cuerpo de estas almas se destruye más rápido que el de las demás, por el exceso de suciedad. Al regresar a su estado original, para reposar, no lo hacen. En cambio, buscan con desesperación otro cuerpo que  poseer, para proseguir con su envilecimiento. Dichas almas son millones en estos momentos. Sin embargo, para no romper con el equilibrio y destruir por completo a nosotros mismos como un único ser y no volver a ser uno jamás, se decidió entre los Maestros de las almas contaminadas y los de las limpias, crear una serie de lo que vosotros llamaríais batallas. Tened en cuenta que dichas batallas no son corporales. Dichas batallas son espirituales. — El ser calló nuevamente.

Nosotros estábamos anonadados. Todas las creencias, toda nuestra vida, todo lo que habíamos conocido, lo que habíamos creado o mantenido, se derrumbó en un sólo instante, pereciendo en las inmensidades del conocimiento que nos proporcionó ese ser. Era algo increíble, a pesar de haberlo visto y escuchado unos pocos segundos antes.

Al parecer esa presencia se daba cuenta de nuestro estado.

 — Esas batallas, — continuó el ser, — no pueden ser realizadas entre Maestros. El premio es Almas. Almas que en este momento se encuentran perdidas. Que no saben qué partido tomar y por ende, ninguno de los “Maestros” puede obligarlas a tomar uno, a menos que esta alma se encuentre perdida y sea entregada como premio. Y os diré una cosa, no es un alma, ni diez, ni cien, ni mil. Os estoy hablando de millones que se deciden en una sola batalla. Vosotros, los humanos, os equivocáis cuando habláis de ser los únicos habitantes de este Universo. El planeta Tierra no abarcaría la totalidad de almas que existen en la eternidad. Recordad que el Universo es inmenso, pero la eternidad lo es más. La eternidad es interminable y, para que vosotros comprendáis la importancia de lo que os estoy narrando, al unirse todas las almas juntas de nuevo, para volver a crear el uno solo, llenarían la eternidad. Ese es el motivo que le da la verdadera importancia a las batallas. Los encargados de librar esas batallas son llamados guardianes. Los guardianes son almas que combaten toda su existencia por un sólo motivo, forjadas en este conocimiento. Son pocas las almas que realizan dicho recorrido. Por ello, son destinadas a decidir lo que será con las millones como premio. Os parecerá terrible, pero dicha es la única manera de decidir el curso de la eternidad, parejamente. Si por fin volverá a su estado normal, es decir, volverá a estar completa, o será destinada a permanecer vacía, por siempre jamás.

Un silencio sepulcral siguió estas palabras. Sencillamente, no sabíamos como reaccionar. En mi fuero interno, presentía lo que diría a continuación y daría mi existencia eterna, como la llamaba él, para no escuchar esas palabras. Creo que mis amigos también comprendían a donde dirigía la conversación la presencia y tampoco querían escuchar el final. Lo cierto es que ni siquiera lo hubo. Simplemente, la oscuridad nos envolvió a de nuevo, y esa sensación de paz nos abandonó. Lo último que alcancé a escuchar, fue a ese ser en mi mente, diciendo:

— Es todo lo que os diré, por ahora. El resto lo conoceréis cuando decidáis por vosotros mismos si queréis escucharme. Hablen al viejo, él os explicará...

Y en ese momento desperté en el consultorio del viejo. Mis amigos ya estaban despiertos y se miraban con consternación. Había un deje de locura en esas miradas. Una incredulidad absoluta y un brillo que denunciaba un poco de demencia.

Ninguno quería ser el primero en hablar de su experiencia. El silencio sólo era interrumpido por el susurrar del pasacintas, todavía funcionando. Es curioso, pero fue el primer sonido real que escuché y es el que, al pasar de los años, asociaría con una emoción positiva.

El viejo nos miraba. Desde lo alto de su sillón, parecía manejar perfectamente la situación. Él era el rey y nosotros sus vasallos, pero en este caso, los vasallos tenían su propia opinión y Andrés fue el primero quien la expuso:

— Usted lo sabía todo el tiempo, ¿no es verdad? — Había un deje de histerismo en su voz. Estaba al borde de un ataque de nervios. Esto confirmaba que tuvo la misma experiencia que yo, aunque logré salir más indemne que él.

El viejo no respondió. Se limitó a levantarse y, después de dar unos cuantos pasos, apagó el pasacintas. Luego, regresó a su sillón, pero no se sentó. Permaneció parado. Parecía esperar algo. Nosotros no sabíamos, pero entonces comprendí. Él quería estar seguro de que todos tuvimos la misma experiencia. Quería saber si todos fuimos partícipes de la historia que nos contó el ser.

— Muchas gracias. — Dije, levantándome de la colchoneta. — ¿Cuándo será la próxima sesión?

— ¿No quieren escuchar las cintas? — Él parecía asombrado, pero alcancé a ver una luz fugaz en sus ojos, que reveló un estado de hilaridad controlado por una fuerza de voluntad férrea. Enseguida, para ocultar su estado, se dirigió al escritorio dándonos la espalda. — Exactamente, dentro de dos semanas. — Se dio la vuelta y se arregló los anteojos con un movimiento reflejo y, después de sonreír despectivamente, añadió: — Aunque no creo que todos vengan.

Mi intención era la de postergar todo lo posible la explicación. Una sola palabra, relacionada con la experiencia que habíamos tenido, significaba la diferencia entre salir con un juicio más o menos racional o totalmente locos. Necesitábamos tiempo para pensar. Para reunir las luces de nuestra mente y forjar el relámpago de la idea y decisión. Mis amigos se levantaron en silencio. Heitter se tragó el fuerte comentario que iba a lanzar, a razón de no obtener respuesta. También en silencio nos colocamos nuestras zapatillas, nos apretamos los cinturones y, después de despedirnos, salimos por la puerta como perros después de una pelea perdida: con la cola entre las piernas.

Mientras nos retirábamos, una frase seguía sonando repetidamente en mi cabeza. Parecía un acetato de cuarenta y cinco revoluciones, lleno de polvo y totalmente rallado, colocado en el reproductor por primera vez en veinte años, que saltaba una y otra vez en la misma línea: Porque han sido elegidos... Porque han sido elegidos... Porque han sido elegidos...

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