VII
Oscuridad total. Silencio absoluto y mortal. Soledad mortífera y embriagadora que recorre cada célula de mi cuerpo, obligándome a respingar ante cualquier ruido producido por ese silencio amenazante y enemigo. La adrenalina recorre mis venas como champaña barata que nadie echaría de menos si se llegase a derramar. Me arrastro entre la hierba como vil gusano, tratando de confundirme lo más posible con ella; intentando penetrar en el barro, para que ningún ser me distinga de este.
Hace frío, pero estoy sudando, preso de un miedo febril. Sin embargo eso es bueno. Mis sentidos están alerta y mi instinto de sobrevivencia me llena por completo, obligándome a recelar de todo lo que me rodea. Miro hacia atrás y me parece distinguir a mis amigos parados en la muralla, tratando de seguir mis movimientos. En una visión absurda, hasta me percato de la bola de Andrés, oscilando lentamente, mecida por una brisa salvaje, pullante. Siento un impulso ilógico de levantarme para darles a conocer mi posición, pero me contengo. Me mezclo aun más con el barro y la hierba. Aparento ser un cadáver más, uno más entre esos que cubren el campo…
Comienzo a avanzar despacio. Primero un brazo, luego el otro; una pierna, la otra... De repente descubro que no es tan difícil. Al contrario de todos los miedos que me invadieron, mientras mis amigos me bajaban en cuerda desde la muralla, no quedé helado. Conseguí avanzar, por lo menos unos metros.
A mi izquierda hay un bosque que es mi meta. Si llego hasta esos árboles, que aunque parecen monstruos fantásticos entre la oscuridad, estaré a salvo. Ahí me será más fácil ocultarme y escapar de las huestes de Heitter para conseguir ayuda.
En este momento, toda la misión que se nos encomendó, toda la vida en la Tierra y el Universo, y las vidas de Xillen, Miguel y Andrés, descansan sobre mis hombros. Sin embargo no me inmuto ante esa responsabilidad. De hecho, en este momento, lo importante es que yo sobreviva, que logre penetrar el cerco impuesto por Heitter, para llegar hasta nuestros posibles refuerzos y solicitar ayuda. Me concentro en ello. Me arrastro despacio, midiendo cada movimiento, regulando la respiración, pendiente de lo que ocurre alrededor.
A medida que me alejo del castillo, el miedo me golpea con más fuerza. Sin embargo lo ignoro, diciendo que todo está bien. Que nada puede pasar. Que seré invisible a los ojos de mis enemigos. Que la oscuridad, como un manto mágico, me aislará de aquellos que me búsquen para hacerme daño.
Y avanzo...
Mientras el amanecer comienza a iluminar despacio las copas de los árboles, y los ruidos del bosque toman fuerza a medida que sus habitantes despiertan, me preparo para dormir. Subo al árbol más alto y frondoso que hay por los alrededores y, después de realizar algo parecido a un nido de pájaro en la intersección más gruesa de ramas, me acomodo para dormir. A pesar de que dormí muy poco durante dos semanas y estaba realmente cansado, el sueño no viene. Quizás por el cansancio mismo o por la preocupación por mis amigos.
Sentí la movilización de las huestes de Heitter y por ende sabía que inició un nuevo ataque. Me extrañaba que él no nos sintiera. Tal vez sí lo hiciera, pero debido a que la mayoría de los guardianes se encontraban en el castillo, la emanación que debía producir mi cuerpo, quedaba sofocada por la de mis amigos.
Mis amigos...
Recordé la rifa que realizamos para determinar quién iría. Miguel y Andrés se ofrecieron de inmediato, pero el primero, por su carácter, era un riesgo enviarlo; el segundo, por estar todavía en período de recuperación. Así que Andrés quedó automáticamente fuera del concurso y participamos Xillen, Miguel y yo...
Salí favorecido...
Y en ese momento, mientras cavilaba sobre los hechos recientes, sentí como se estremecía todo en mi interior y mi corazón se cubría de escarcha. Me asusté. Nunca concebí esa sensación. Frío, vacío y terror. Algo ocurrió en el castillo. Alguien estaba en peligro....
Bajé de un salto del árbol. Quería regresar y ayudar en algo, por lo menos morir en el intento, pero no dejar a mis amigos en manos de quién sabe qué...
Comencé a devolverme y me detuve. La única manera en que podía ayudarles, era traer esa ayuda que tanto necesitábamos. Me di la vuelta y avancé con decisión, acelerando el paso, sin descuidar todo lo que ocurría alrededor.
Tenía que llegar lo más pronto posible al castillo.
Necesitábamos esa ayuda...
La necesitábamos pronto...