HEITTER
Ahora lo sé. Sé que no debo confiar en ese hombre que se encuentra detrás de un oficial nazi, quien sostiene una bandera blanca. Aunque están lejos, esperando la invitación a seguir, respetando las tradicionales reglas de la tregua, tengo problemas para contenerme y no ordenar a los soldados que abran fuego, que la aviación y la artillería destroce aquellas dos formas humanas vestidas con uniformes color caqui. No sé si tú tendrías la misma reacción, luego de ver, después de un lapso de sólo Dios sabe cuantos años, al hombre que más odias en tu vida.
Era Heitter.
Heitter, vestido como un oficial del ejército alemán, escondiendo bajo el abrigo sus insignias de general.
El maldito Heitter.
Su rostro, cubierto de escarcha, presenta los rasgos típicos de inanición. Hay que reconocerlo: compartió los estragos del asedio con sus hombres. Era, perdóname por decirlo, un buen general. Y como tal, algo tramaba, lo sé. Su experiencia, campo en el que nos aventajaba bastante, no le permitiría terminar como en un futuro terminaría Paulus. Sé que encontraría la salida y yo tenía que anticiparme a ella.
Le indico con un ademán que se acerque, que no hay peligro y me muerdo los labios para contenerme. Pienso de nuevo en ti, tendido en la cama de un hospital, esperando a que sanen las heridas. Cómo me gustaría que estuvieses aquí. Me faltaba un amigo.
Y Xillen...
Xillen ahora es intocable, intachable... imparcial. Sé que en su corazón somos sus amigos y la imparcialidad jamás reemplazará el lugar que nosotros tomamos. La extraño bastante. Me hace falta su presencia, sus ideas, su amistad, su apoyo e incluso las constantes discusiones que teníamos, hasta por el vuelo de un pájaro, las añoro...
Heitter se acerca y me mira con un poco de asombro. No cree que sea yo el que está frente a él. Estoy casi seguro que esperaba a alguien más. A cualquier otro guardián menos a mí o a ti. Más sabe contener su sorpresa. Hay un rato de silencio que hasta es embarazoso. Los oficiales que me acompañan me miran consternados. Y aquel que está con Heitter hace lo propio.
— ¿Podemos hablar en privado? — Pregunta Heitter, señalando a los oficiales que me acompañan y, muy a mi pesar, estoy de acuerdo con la idea. Al fin y al cabo, sería raro si comienzo a hablar a un oficial enemigo de tú a tú, frente a algunos de los representantes del partido comunista que me acompañan. Les indico a mis hombres que se alejen. Ellos cumplen con la orden, aunque detecto en sus ojos sorpresa e indignación. Sé que eso representa una “pequeña” reunión esta misma noche con el comandante en jefe del frente y quizás toda una reprimenda del partido, más no me importa.
Los oficiales de ambos bandos se alejan a una distancia prudencial y ahí quedamos Heitter y yo, en medio de tierra de nadie, bajo las penetrantes miradas de representantes de ambos ejércitos, en medio de la blancura gris de la nieve, teniendo como techo un cielo lleno de humo y con el olor de la pólvora como testigo silencioso e inmutable de nuestra conversación.
— Hola, Enrique. — Heitter me saluda sin emoción alguna en su voz. Tan sólo el cansancio se cuela entre las palabras. — No imaginé verte aquí.
— Hola, Heitter. — Trato de mantenerme neutral.
— ¿Por qué regresaste?
— No porque lo quisiera, créeme.
— Sabíamos que esto no acabaría cuando paramos. — Heitter comenzó a golpearse las manos para calentarse.
— Sabes la regla: sólo pueden quedar guardianes de un bando. Ahí termina. Xillen lo advirtió en esa reunión...
— Lo sé, Enrique. Más quisiera que fuese de una manera diferente. — Heitter hablaba filosofando, pero resignado al destino que le estaba escrito.
— No quiero hablar de ello, Heitter. Estoy cansado y deseo acabar con esto lo más pronto posible. ¿Qué quieres?
Él no respondió de inmediato. Me miró a la cara, como si estudiara mis facciones, grabándoselas en la mente.
— Quiero acabar ya. — Fue su respuesta y me tomó por sorpresa, no lo niego. Esperé cualquier cosa, menos esa muestra de debilidad por su parte.
— No.
— ¿Por qué?
— No quiero tener que regresar aquí dentro de diez o veinte años. No quiero tener que pasar por lo mismo una y otra vez. Quiero acabar, pero de una vez por todas. ¡O mueres tú o muero yo! — Respondo con fuerza.
Para mi sorpresa, Heitter rió.
— Es por eso que estoy aquí, Enrique. Quiero acabar ahora mismo. Quiero un duelo...
— ¿Un duelo?
— Sí. Esto tiene que acabar ya. Demasiado hemos sufrido por culpa de fuerzas que no nos atañen, pero a las que defendemos hasta la última gota de sangre. Esto tiene que acabar ya. Tampoco quiero regresar aquí una y otra vez. Quiero descansar. Quiero olvidar que esto ocurriera alguna vez... Quiero... Descansar.
No sé que responder. Miro a Heitter, tratando de descubrir si es una trampa, si es una jugada para salir sano y salvo de la ciudad, pero leo en sus ojos tristeza y determinación, y sé que no está mintiendo.
Tomo aliento antes de responderle...