Hay una palabra, de moda en Colombia por estos días, que me trae bastantes recuerdos; la mayoría desagradables. Me trae a la mente la década de los 30, del siglo pasado; el nombre de Iosif Stalin y las siglas NKVD; el nombre de Adolf Hitler y las siglas SS; así como muchos nombres, siglas y países de la historia contemporánea mundial. Pero esta palabra no tiene nada que ver con ideologías, teorías o reformas.

Existe y ha existido en todos los idiomas, y se utiliza desde que la humanidad tiene memoria. Su uso es muy diversificado en el mundo entero, sobre todo en países donde la clase dirigente, el partido político, el grupo de representantes o el dictador de turno quieren justificar acciones que a todas luces van en contra de lo que pregonan al pueblo.

En los años 30 la Unión Soviética sufrió una de las mayores purgas en su historia, entre la clase dirigente, la intelectual y el pueblo entero. Más de tres millones de soviéticos fueron eliminados por la NKVD (organización predecesora de la KGB), por supuestas actividades antisoviéticas, antisocialistas, anticomunistas y, por encima de todo lo demás, antiestalinistas. Otros tantos, fueron enviados a los GULAGs, donde encontraron su fin. Muy pocos se salvaron. Incluso Serguei Korolióv (el padre de los cohetes a propulsión y el hombre que impulsó a la humanidad a conquistar el espacio), pasó por las oficinas de la NKVD, donde fue brutalmente torturado y enviado a los Gulags.

No obstante y aunque suene absurdo, en la mayor parte de los casos los acusados firmaban una confesión de su puño y letra. Así que todo era perfectamente “legal” y la ley se cumplía, ya que si existe una confesión, la culpabilidad está a la vista. Los hombres perdían su honor, su dignidad, sus bienes, sus familias eran destrozadas, sus hijos terminaban en orfanatos y sus esposas en prisión; y durante varias décadas, sus nombres y apellidos eran maldecidos por ser “traidores a la patria”.

La descripción anterior no es sacada de una película de horror. Es la realidad. Sin embargo, ¿cómo un hombre, a sabiendas de lo que le espera, lo que espera a su familia y a sus seres queridos, firma una confesión condenando a toda su simiente a la ruina? Fácil: era persuadido. En esa época, las opciones no eran muchas. Al acusado lo traían a las oficinas de la NKVD y lo torturaban. Si se negaba a firmar la confesión, lo persuadían a firmar, diciendo que de igual forma torturarían, delante de él, a sus mujeres, a sus hijos y a sus madres. ¡Cualquier ser humano firmaría, con tal de evitar tal desgracia a los que ama!

Pero el caso soviético no es el único. Todos sabemos lo que ocurre en Guantánamo; lo que pasó en Argentina durante el gobierno de Perón; Chile y Pinochet; Irak y Husein; Italia y Mussolini; el mundo católico y la Santa Inquisición, etc., etc., etc. Todos lo países, todas las razas y todas las generaciones hemos pasado por la persuasión por parte de nuestros gobernantes, quienes persiguen sus propios fines.

La persuasión no es necesariamente amenaza de consecuencias violentas. No. También puede ser ofreciendo beneficios económicos, posiciones en el gobierno, beneficios legales o de influencia de alguna índole. Y este tipo de persuasión también ha trabajado a la par con la violenta, durante toda la historia de la humanidad. Ellas siempre van de la mano, ya que al que se mantiene firme en sus valores, lo persuaden de manera violenta; si se deja manipular, es persuadido “delicadamente”.

La Real Academia Española define de la siguiente forma la palabra que nos ocupa:

persuadir.

(Del lat. persuadēre).

1. tr. Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. U. t. c. prnl.(1)

Así que cuando el presidente de Colombia dice: “El Gobierno Nacional persuade; no compra conciencias. El Gobierno Nacional reconoce el derecho de la participación política, pero el Gobierno Nacional no tolera corrupción”(2), es preocupante el sentido que toma la frase, al aplicar el significado de la palabra persuadir a la oración.

Es más: ¿cuál es la diferencia entre la persuasión y la corrupción? Sigamos con la definición de la Real Academia Española:

corrupción.

(Del lat. corruptĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de corromper.

2. f. Alteración o vicio en un libro o escrito.

3. f. Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. Corrupción de costumbres, de voces.

4. f. Der. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.

5. f. ant. diarrea.(3)

Mirando el punto No. 4 de la definición, es imposible concretar dónde termina la persuasión y comienza la corrupción, y viceversa.

¿Con qué derecho el Gobierno Nacional puede persuadir a alguien, independientemente de su situación político-económica? Supuestamente, en un país democrático, ninguno.

La persuasión toma fuerza, cuando el gobierno – cualquier gobierno – pierde fuerza y credibilidad, y trata de justificar de alguna forma sus acciones. Ya que si el Gobierno Nacional no ha ofrecido puestos por favores, entonces ¿por qué hablar del tema y aceptar que “el Gobierno Nacional persuade”?

Quiero dejar esta inquietud sin comenzar a realizar acusaciones, ni lanzando palabras en vano, ya que como dice un viejo adagio ruso: “La palabra no es un pájaro – si sale volando, no la atrapas”. Para que los mismos lectores, de manera democrática y libre, puedan llegar a una conclusión, basándose simplemente en el significado real de las frases.

 Abril 29 de 2008

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