Ayer sufrí la mayor desilusión que un periodista puede sufrir. Quizás más que una desilusión, fue la confirmación de lo que hace bastante rato he sabido y predicado: el periodismo en la televisión ha muerto, convirtiéndose en amarillismo. Claro está que jamás supuse que la idolatría y la búsqueda de la chiva llevaran las cosas a ese extremo… pero así fue.
Eran aproximadamente las 8:30 de la noche del 28 de diciembre del 2010, cuando decidí ir a la tienda para comprar los víveres que necesitaría para el desayuno. Entré al local, que queda a unos metros de mi casa, saludé a la tendera (una señora rolliza, de muy buen genio y corazón) e hice el pedido correspondiente. Mientras ella lo buscaba, me fijé en el televisor y el programa que estaban transmitiendo.
Cabe anotar que desde hace unos cuantos años procuro no ver la televisión (el motivo es sencillo: la información en ella es basura en un 90%), por lo que no puedo decir con certeza el programa que estaban transmitiendo, tan sólo lo asocié con un “reality show”. La tendera, mientras tanto, había traído mis víveres y me pasó la cuenta. Justo cuando yo estaba a punto de pagar, sucedió…
El reality se interrumpió de manera brusca y la música inconfundible de “Último minuto” salió por los altavoces, alertando a la tendera, a mí y a otro cliente que había entrado en ese momento de que algo horrible había sucedido. Después de todo, interrumpir la programación y sobresaltar a los televidentes de esa manera tenía que relacionarse con algo muy, pero muy grave.
Mi mente ya estaba volando, adelantándose a la noticia que en unos segundos se oiría, imaginando deslizamientos de tierra, erupciones de volcanes, asaltos de grupos terroristas, la tercera guerra mundial, etc. La tendera dijo con voz muy preocupada “Que no sea otra inundación, Señor”; el segundo cliente miraba la pantalla como hipnotizado, mientras decía para sí mismo: “Fijo los narcos se bajaron a algún duro después de lo de ‘El Cuchillo’”.
En ese momento apareció la presentadora, con cara de preocupación, la voz temblorosa por la emoción y con cara que develaba que el maquillador no había terminado de atenderla, anunciando: “¡Noticia de último minuto! Nos acabaron de informar que el ex presidente Uribe se cayó de su caballo y fue pateado en la rodilla por este…”
El resto de la noticia no la escuché, porque me dio pena ajena... Sentí pesar en ese momento de tener título de periodista. En un país que está pasando el peor invierno de su historia; donde dos millones de personas se quedaron en la calle, sin techo, sin comida y sin agua potable por las inundaciones; donde la corrupción es tan evidente que ya no se castiga al corrupto, sino se castiga sólo al más corrupto; donde el presupuesto de la nación desaparece y nadie le rinde cuentas al pueblo (los contribuyentes); donde un congresista gana 37 veces lo que gana un obrero en un mes y quiere aumento del 10% de su sueldo, mientras permite que el sueldo del obrero aumente sólo 3.5%; que la noticia sea que un tipo cualquiera (porque Uribe ya es un tipo cualquiera) se cayó de un caballo y resultó con un moretón en la rodilla, demuestra que en los medios informativos colombianos no hay periodistas, sino viles mercaderes de información.
Lo dije una vez y lo repito: el periodismo en Colombia ha muerto. Los medios de información se convirtieron en centros de paparazis, donde modelos con cero en erudición se hacen pasar por intelectuales, simulando preguntas de profundidad. Donde Usted es noticia siempre y cuando pague el precio, ya sea en dinero, ya sea en especie, ya sea en sangre. Donde Usted importa siempre y cuando los medios reciban beneficios de su importancia. Donde la noticia es un producto de mercadeo y como tal requiere de una propaganda de venta…
Qué asco, señores… Qué asco…
P.S. Hay que resaltar que a los diez minutos otros medios de información colombianos comenzaron a reproducir la susodicha “noticia”.
Diciembre 29 de 2010.