Navegando en internet hoy, me topé con un video que hablaba de profecías realizadas por un monje en el siglo XVII sobre el siglo XXI. La veracidad de las profecías de este personaje se basaba en que (más o menos como Nostradamus) predijo con exactitud de minutos la muerte de un personaje importante de la época y otros sucesos que supuestamente se transformaron en una realidad inevitable.
Esto hacía concluir a los presentadores que este era el infalible visionario del futuro y lo que él deparaba para nosotros sería la triste e inevitable sentencia de una muy lenta muerte. Y el video nos daba a conocer la fecha y hora, para que el fin del mundo no nos cogiera desprevenidos.
Lo triste no es la sarta de mentiras y suposiciones que hay en el video. Lo triste es que tenía varias millones de reproducciones. De varios millones de personas que siguen buscando a alguien que les diga el futuro que nos depara, librándonos de la responsabilidad de nuestras propias decisiones.
¡Señores, les tengo malas noticias! NO ES POSIBLE PREVEER EL FUTURO. Tan solo les planteo el siguiente sofisma: Si el futuro se puede preveer, implica que está programado y no se puede cambiar. Y si eso fuese cierto, ¿para qué demonios venimos nosotros a este planeta? ¿Dónde queda la libertad de nuestras elecciones y la responsabilidad por nuestras acciones? Y si usted ya viene “programado” a este mundo para cumplir un futuro predicho por alguien, ¿para qué molestarse siquiera en vivir, ya que nuestra vida no nos pertenece? (OJO: Lo anterior es pregunta retórica).
Si el futuro está predicho, el ser humano no es responsable de su actuar, por lo que el bien y el mal dejan de tener relevancia alguna, ya que el hombre se convierte simplemente en un instrumento para lograr el cumplimiento de una profecía. ¡Qué cómodo!
No. Esto no es así. Las profecías, visiones, oráculos, predicciones, vaticinios, adivinaciones, augurios, etc. son un invento del ser humano para evitar tomar control sobre su propia vida y buscar la solución a sus problemas (o al culpable de los mismos) en las palabras de alguien que tiende a lucrarse del tema.
Tal vez el mayor contradictor de lo que a profecías se refiere es la Biblia: Prohíbe la adivinación (y por ende las profecías) y al mismo tiempo es la mayor fuente de profecías, con el Fin del Mundo incluido. Y con todo respeto, tanto la prohibición del mal llamado “arte” de la adivinación, como las profecías sobre todo tipo de eventos hasta nuestros días, las hacen los “videntes”, “enviados”, “clarividentes”, “profetas”, pero al fin, HUMANOS, quienes “dicen” transmitir la palabra de Dios.
OJO: Soy creyente. Pero eso no quiere decir que acepte ciegamente todo lo que sucede a mí alrededor. Los fariseos creyeron ciegamente en el Talmud y la Torá (si de nuevo tomamos a la Biblia como fuente histórica de información) y, de acuerdo a los cristianos, se equivocaron…
Pero volvamos a las profecías. La necesidad del hombre de ver y preveer el futuro viene desde el antaño y no tiene registro de sus inicios. Bien podríamos aventurar que, desde que el hombre existe y tiene la capacidad de pensar, ha buscado la explicación de su existencia y al culpable de lo que le sucede o le puede suceder. Ya que si existe un culpable, el hombre es LIBRE de toda RESPONSABILIDAD por sus acciones y es más fácil culpar a ese alguien de lo que sucede alrededor.
¡Qué atractivo tener el futuro en nuestras manos! Saber lo que va a suceder, calmar nuestros miedos, ansiedades e inseguridades gracias al placebo de un vaticinio. No importa que sea favorable o no, lo cierto es que nos proporcionará una excusa a la situación que vivimos o a las inevitables consecuencias de nuestras propias decisiones. Nos dará la posibilidad de culpar a los “hados” y quitarnos de encima nuestra propia responsabilidad.
La profecía viene asociada, inevitablemente, a la magia, al misterio y lo sobrenatural. Y al creer en lo sobrenatural, ya el hombre pierde su libertad al entregarla en bandeja de plata a un “Ser Superior” que tiene la supuesta facultad de hacer nuestra vida mejor o peor…
Esta historia se repite en las “Mil y una noches”. Esta necesidad está reflejada en todos los cuentos y fantasías de los seres humanos, sin importar credo o religión. Esta es la razón porque “Harry Potter” se volvió un libro que miles de millones de personas han leído o visto la película. La necesidad de lo mágico, de que lo sobrenatural corrija nuestra vida o ayude a nuestra existencia. La simple y banal necesidad de desligarnos de la responsabilidad para con nuestra propia vida. ¡Qué tristeza!
Y mientras peor sea nuestra situación, mayor es el atractivo que representa lo oculto. Es la salida fácil que nos proporciona: ya sea una explicación a lo que nos sucede, ya sea un culpable o un placebo mental para sobrepasar el trance. No culpo a los que lo hacen. Yo también lo hice. Supongo que forma parte de ser un ser humano. El miedo es esa parte innegable en todos nosotros que nos lleva a buscar lo oculto.
El siglo XXI ha llegado y seguimos igual que hace dos mil años. Esperando el cumplimiento de profecías, librándonos de la responsabilidad de lo que sucede en el mundo, aduciendo que “el fin está cerca, ya que está en la Biblia y nada podemos hacer para evitarlo”. Culpando al ser superior que se nos atraviese (escoja al principal dios de la religión de su preferencia – o al de la competencia) de lo que sucede en este mundo, sin asumir la responsabilidad de nuestras propias acciones o de nuestra propia pasibilidad frente a los abusos de otros. Culpando a las profecías y profetas y librándonos de todo mal… Y me incluyo.
Hay un dicho que siempre me ha gustado: LO CONSTANTE SE TORNA CÓMODO. Y qué más cómodo que alguien tenga el control de nuestras vidas y decisiones. Que nos diga qué hacer y cómo hacerlo. Mientras nosotros (TODOS NOSOTROS) no seamos capaces de tomar las riendas de nuestras propias vidas y comprender que nuestras vidas se cruzan con las de miles de otros seres humanos, siempre encontraremos a quién culpar de nuestra incapacidad de deshacernos del miedo de vivir y tomar acciones reales en nuestra propia vida.
¡Qué cómodo, señores, qué cómodo!
Agosto 05 de 2014