El mundo ha cambiado. Y lo ha hecho tan rápido que ni siquiera nos hemos dado cuenta de ello. La democracia, por lo menos como fue pensada, si no ha muerto, está en sus últimos estertores. Está dando paso a un feudalismo taimado, rapaz e insaciable, que poco a poco está reemplazando a la democracia en el control del estado.
A pesar de que los medios tratan de vendernos la idea de que la democracia es la que manda, la triste realidad es que el ejercicio del poder del pueblo para el pueblo se redujo al teatral ritual de la inserción de una papeleta con una "equis", para convencer una vez más al pueblo de que "hace su papel en el control del estado".
Pero ¿qué es el estado hoy? ¿Cualquier estado? Donald Trump, en la carrera a las elecciones de Estados Unidos, ha sido más que sincero con la definición. Yo diría que revelador. Él mismo manifestó que los políticos, para llegar al control del estado, recurren a "favores" de diferentes fuentes. Ya sean de "donaciones" en la campaña política, ya sea de otra índole, gracias a ellas el político queda "endeudado" y debe pagar esas deudas. Y con todo desparpajo Trump ha señalado que él ha donado a más de uno. Asumo que él también ha cobrado esos favores, cuando el tiempo era propicio para hacerlo...
Pero, ¿cómo esto se refleja en la democracia? Fácil: el político, al tener el control del Estado, en lugar de priorizar que las decisiones y políticas deben estar encaminadas a mejorar el Estado y por ende mejorar la vida de sus votantes, prioriza las necesidades de los "donadores" que estuvieron detrás de su campaña política. Por ende, las políticas de estado se vuelven políticas encausadas en proteger los intereses económicos y de poder de los que pusieron al político "al mando del timón", en la mayoría de las veces en detrimento de los intereses del pueblo.
¿En qué punto entonces la democracia se convierte en feudalismo?
Cuando las leyes del estado son dirigidas por un ente "detrás de escena", la democracia deja de serlo. Lo cierto es que a través de la historia de la democracia siempre han existido estos "entes" que poco o mucho han influido en la historia de las distintas naciones y el modo de vida de sus habitantes. Son un constante en la lucha por el poder y siempre han buscado el beneficio propio, así como hacerse con el control de los activos tangibles de una nación. Tristemente, lo han logrado.
La privatización de los bienes del Estado puso los activos tangibles de un país (cualquier país) en manos de corporaciones privadas, quienes en lugar de buscar que estos activos produzcan y beneficien el país del que son originarios, llevan al máximo el beneficio que pueden sacar de estos activos, enriqueciendo sus cuentas bancarias y dejando las arcas del estado vacías.
Esto convierte al Estado en un mero ejecutor de órdenes que provienen de los verdaderos dueños del mismo, incapacitado de ejercer la "libertad, bienestar y democracia" que tanto pregonan los políticos durante cualquier elección. Cuando el Estado deja que terceros administren lo que por derecho propio es suyo, deja de ser el dueño de una Nación y puede ser tranquilamente denominado "administrador", función por la cual se le pagan "regalías".
Un ejemplo claro de esto son las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI). En más de una ocasión una nación ha sido obligada a amarrarse el cinturón aplicando políticas que van en detrimento de su patrimonio, con tal de pagar la cuota de este año del FMI. Sin embargo, el pueblo no fue el que pidió el préstamo. El pueblo no fue el que hizo lobby para que uno o dos políticos se enriquecieran después de pedir el préstamo al FMI.
Pero por alguna extraña razón es el pueblo quien debe pagarlo... Un par de ejemplos: Grecia y Argentina. Las consecuencias de estas políticas las vemos hoy todos los días en cualquier lugar del planeta. En algunos casos en menor grado, en otros dolorosamente evidentes.
Por ende, "el poder del pueblo para el pueblo" es una mera ilusión. La realidad es que las políticas de una nación, hoy en día, son dictadas por grupos económicos quienes tienen en sus manos el poder de una deuda a la que, en la mayoría de los casos, el pueblo nunca tuvo acceso, pero de la cual es responsable, por alguna razón.
Al aplicar este esquema a la vida moderna, es imposible desligar su parecido con el feudalismo medieval. El ser humano endeudado, no con un Señor Feudal, sino con corporaciones económicas a las que nunca tuvo acceso. Quienes simplemente conquistaron su nación sin disparar un solo tiro y ahora cobran el tributo del que se consideran merecedoras como vencedores. Con la única diferencia que, una vez vaciada, la nación, el estado y por ende el pueblo son desechados sin miramientos por estas insaciables corporaciones.
Lunes, 17 de agosto de 2015