El 12 de noviembre del 2015 tuve el placer de visitar Panamá. Gran ciudad, con una historia igual de grande. Las huellas de la permanencia estadounidense aun son frescas y se pueden apreciar por doquier. Incluso el taxista que me llevó al Canal de Panamá (visita obligatoria para el turista), me enseñó la ciudad dentro de la ciudad en la que se acuartelaron las tropas norteamericanas y contó dos o tres anécdotas (que no reproduciré), una de las cuales incluía al depuesto Noriega.
En el canal de Panamá, más exactamente en las esclusas de Miraflores, pude maravillarme con una obra de ingeniería gigantesca, inmensa, sublime; más aun si tenemos en cuenta que la misma fue realizada a principios del siglo XX. Sin embargo no fue hasta que entré al mueso que comprendí la tragedia que hay detrás de esta obra. La sangre, los muertos, las traiciones, engaños y las injusticias que hoy yacen como base y pilares de la construcción e historia del Canal de Panamá e impregnan cada uno de sus rincones.
Los murales en blanco y negro de la construcción del canal que adornan el museo me sobrecogieron. Desde ellos, cientos de obreros observan a los visitantes desde un antaño que no podemos ni debemos olvidar. Las miradas de algunos son socarronas; de otros, taciturnas; algunos esquivan la mirada y otros prefirieron mirar a otro lado cuando la lente del fotógrafo los inmortalizó. Pero todas las miradas tienen un común denominador: son miradas cansadas, apagadas, sin vida. Teniendo en cuenta que los muertos durante la construcción del canal se contaron en miles, esto no debe sorprender.
Y esto lleva a pensar qué motivó una obra de semejante magnitud. Y la respuesta es simple: necesidad económica. Desde el siglo XV la idea de un canal que uniría el Atlántico con el Pacífico rondaba las mentes de diversos reyes, reinas, comerciantes y presidentes, quienes buscaban la forma de agilizar el saqueo de las colonias americanas y exportar con mayor seguridad el oro a sus respectivos reinados y/o cámaras de comercio. Aquel que podría lograrlo y tener el control del Canal, tendría en sus manos a la competencia que se vería obligada a aceptar las condiciones del administrador o desaparecer. La tercera opción sería la guerra...
Lo increíble es asociar estos dos conceptos: necesidad económica (que inevitablemente viene asociada al poder y control) y el sacrificio humano, al que están dispuestos aquellos que desean obtener ese poder. Mirando los murales del museo, me pregunté cuántos de los obreros muertos durante la construcción tuvieron la oportunidad de negarse. Cuántos de ellos llegaron por su propia voluntad y cuántos fueron forzados.
Detrás de la construcción del canal están los sobornos y divisiones de países. Traiciones y mentiras. Y la muerte que siempre acompaña estos históricos momentos y de la cuya presencia jamás se podrá librar posteriormente el suceso. La muerte de naciones y de pueblos. De etnias y credos. De seres humanos, cuyo ser es un universo que nadie jamás tuvo la oportunidad de abarcar por completo y que se extinguió por la avaricia de terceros que él nunca supo que existieran.
Y entonces otra pregunta surge: ¿cuál es la diferencia entre la construcción del Canal de Panamá y los sucesos que hoy están agitando el mundo. Las guerras en el Oriente Medio y Arabia, las disputas entre Rusia, Estados Unidos, China, Arabia y la Unión Europea. Y la respuesta es la misma: control económico y por ende el poder de dictar condiciones a los demás integrantes de este sufrido planeta... El maldito "poder".
Hoy en día, las construcciones no son el problema. Existen las tecnologías suficientes para realizar los trabajos en tiempo récord, con un "mínimo aceptable" de pérdidas humanas durante el proyecto. El problema es tener acceso y control sobre los territorios que disponen de los recursos a los que se quiere acceder. Y como en nuestro tiempo lo que manda es el petróleo y el gas, la respuesta aparece por sí misma.
Siguiendo el recorrido por el museo, me pregunté qué ideas pasaban por las cabezas de Fernando de Lesseps, John M. Hay, Phillipe Bunau-Varilla y todos los que participaron en este proyecto, su construcción, concesión, arriendo y venta. ¿Acaso pensaron en todos los sufrimientos que ocasionarían a la gente del común? ¿Acaso les importó? ¿O tal vez la magnitud del proyecto de ingeniería, el orgullo, el patriotismo extremo y la necesidad de controlar a los países emergentes cegó la visión de las posibles consecuencias? ¿O tal vez les estoy otorgando demasiado crédito y fue la banal avaricia que los cegó? Porque estas decisiones repercutieron no solo en los que participaron en la construcción del Canal de Panamá. Repercutieron en el destino de la Gran Colombia, la separación de Panamá, la pérdida de independencia; y por ende cambios en los destinos de muchos hombres que en su vida llegaron a enterarse de dicho proyecto.
Y paralelamente comparé estas ideas con el mundo actual. Si acaso en los pensamientos de John Kerry, Serguéi Lavrov, Angela Merkel, Barack Obama, Vladímir Putin y tantos otros personajes de cuyas decisiones dependen las vidas de millones de personas, en algún momento aparece la posibilidad de examinar las consecuencias que tendrán sus resoluciones en las vidas de Jhon Doe, Juan Pérez e Ivan Ivanov...
Y con tristeza me respondí que es muy poco probable que así sea, aunque serán los mismos Jhon Doe, Juan Pérez e Ivan Ivanov quienes se enfrenten en nombre de sus líderes en la disputa. Quienes derramarán su sangre y pondrán su cuerpo, nuevamente, en el altar de la avaricia, para que otros lo devoren...
La muestra para ello es el estado en que se encuentra el mundo actual. En llamas porque algunos personajes decidieron hacerse con el control de los recursos naturales de otros. Fomentando odios entre naciones, credos, religiones, etnias y nacionalidades, con tal de que ese odio les facilite el acceso a lo que tanto ambicionan.
Pero es la repetición de la historia del mundo. Regresando en el pasado, mucho antes del Canal de Panamá, vemos cómo las ambiciones de muchos generaron la desgracia de otros. Cómo la avaricia de los conquistadores destruyó culturas milenarias y acabó con millones de seres humanos. Cómo en nombre de las religiones (llámese cristiana, musulmana, hebrea, etc.), usadas como justificación para hacerse con el bien ajeno, han asesinado, degollado, crucificado, ahorcado, despellejado, descuartizado e inmolado en hoguera. Y como hoy, tristemente, lo mismo sigue pasando... En todas partes...
Llegando al final del recorrido, mis sentimientos se encontraban divididos. Estaba admirado por la obra de ingeniería. Por la capacidad del ingenio humano. Por su facultad para crear. De llevar el beneficio tanto para sí mismo, como para los demás seres del planeta y el planeta mismo. Y al mismo tiempo, me sentía terriblemente abatido al comprobar una vez más que la avaricia de poder utiliza la capacidad de crear para generar destrucción y muerte...
Y mientras deshacía el recorrido en taxi hasta la ciudad, una cifra se repetía una y otra vez en mi cabeza. Era el peaje que por buque se cobra por atravesar el canal: entre USD$300.000 y USD$400.000 por paso. Haciendo sumas burdas: 50 buques por día, por treinta días, da un total aproximado de USD$600.000.000 por mes. Que equivale a USD$7.000.000.000 por año. Sólo en peajes. Sin contar otros ingresos...
¿Vendería su alma por esta suma?
Yo, no.
Noviembre 16, 2015