Hace ya treinta y dos años que vivo en Colombia. Llegué el 1 de agosto de 1985. Crecí con los colombianos de la generación de los 70. Viví, como todos, el terror de la época Escobar en Bogotá. Temí por mi vida y la de mi familia cuando estallaban los carros bomba, cuando el miedo rondaba las calles y hablar la verdad equivalía a firmar su sentencia de muerte. Y, como todos los colombianos, soñaba con un futuro libre de miedo. Libre de sangre. Libre de asesinatos. Quería una Colombia en Paz, confiable y segura de sí misma. Más aun, cuando veía todas las riquezas que tiene el país, comenzando por su gente…
Pero los años pasaban y, aunque ya la sangre no corría en ríos por las calles, el miedo se había impregnado en la idiosincrasia del colombiano, y de mí, también. Pero, ¿miedo a qué? Si el narco más famoso del mundo había sido dado de baja, si el M19 había dejado las armas y se había integrado a la vida política y pública. ¿De qué teníamos miedo los colombianos? La respuesta: el miedo a las represalias.
Ese miedo ha sido el motor que ha alimentado la corrupción en el país y permitido que los deshonestos se salieran con la suya. Precisamente de ese miedo (y por esa época) también nace el famoso “¡Usted no sabe quién soy yo!”, que tanto daño le ha hecho al país: traducido en la represalia económica. La amenaza de perder una estabilidad o ser demandado por un personaje de “poder”, ya que tiene en sus manos las palancas en alguna parte del gobierno…
Pero no hay que engañarnos: el mismo pueblo colombiano es partícipe de esta corrupción. Ya que este miedo también obliga a ser solapado y manipulador. Donde todo se vale y se permite con tal de seguir con vida, un puesto de trabajo y una entrada económica fija. Y hay que reconocer que, siendo solapado, el pueblo colombiano paga con la misma moneda a estos personajes de poder, evadiendo impuestos, entre otras cosas.
La famosa “mordida” no es un descubrimiento, como pretenden mostrar los medios de comunicación. El soborno es constante en los tratos con el gobierno desde que tengo memoria: eso es un secreto a voces. Soborno para hacerse de la vista gorda, soborno para dejar pasar una ley, soborno para cambiar la cultura, soborno para comprar, soborno para vender… En fin, soborno para vivir…
Tal vez por eso es que me duele lo que veo en los noticieros hoy. Los casos de corrupción en las más altas esferas del gobierno sacuden el país una y otra vez. Políticos, comerciantes, actores y servidores públicos envueltos en escándalo tras escándalo. Y, aunque debería estar feliz porque estos escándalos se están ventilando, también me da asco, ya que no creo que tengan mayores repercusiones sobre los verdaderamente responsables, o cambien de alguna manera las costumbres de la mordida y/o el soborno en el país…
Igual me da asco ya son secretos a gritos que todo el pueblo conocía, pero que sólo los periodistas y políticos parecían desconocer durante décadas. Y más asco me da al comprender (y resignarme) que esto seguirá igual, cuando encuentren uno o dos chivos expiatorios que pagarán las culpas de todos.
Hoy tengo mucho más de 10 años que tenía en 1985. Y hoy ya no tengo esa inocencia de esperar que todo estará bien y que el futuro nos traerá un cambio positivo. Viendo el actuar de las personas, el miedo, la inseguridad, cada vez estoy más seguro de que lo que se avecina será mucho peor. Que Colombia y tal vez el mundo entero están en un camino de destrucción y hace rato han cruzado el punto de no retorno.
Me dueles, Colombia… Y hoy ya no estoy seguro si a los demás colombianos también, ya que la mayoría están más preocupados por lo que dijo un gringo de peluca rubia que lo que pasa en su propio país…
Marzo 07, 2017